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QUIÉN DESCANSA?

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Jaén. 4 septiembre de 1963

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¿Qué es descansar? Cada día aparece una problemática nueva -la palabra problemática está muy al día, casi tanto como la palabra estructura- y, ahora, en agosto, se plantea la cuestión del descanso. Todo el mundo suspira por “unos días de descanso”, y la verdad es que, actualmente, unos días de vacaciones los tiene cualquiera. Lo que ya resulta dudoso es que las vacaciones coincidan con el verdadero descanso. Para no pocos, las vacaciones precisamente se identifican con un inusitado ajetreo.

¿Descansa, de verdad, un viaje?. ¿Descansa la playa? ¿Descansa una sala de fiestas? ¿Descansa acostarse a las tres de la madrugada y levantarse a las once? Pero, como según muchas personas, lo que descansa verdaderamente es el llamado cambio de ambiente, poco importa dormir menos y beber más -que a esto se reducen no escasas vacaciones- con tal de que desaparezca unos días de la vista la oficina, la fábrica o el lugar de trabajo.

La verdad es que sabemos poco del cansancio, de sus excusas y de sus remedios. Porque tampoco es raro leer que el auténtico cansancio no se produce sino en plena ociosidad, y que interrumpir un ritmo creciente de laboriosidad -interrumpirlo súbitamente en las vacaciones- conduce al período de depresión. ¡En qué quedamos! Lo cierto, parece, es que el descanso de cada uno requería un tratamiento diverso.

Debieran existir especialistas, médicos especialistas del descanso, como hay especialistas de digestivo, o de pulmón y corazón. Porque el descanso que sienta bien a unos viene mal a otros. Si a cada veraneante se le recetase una clase específica de descanso, se evitarían bastantes complicaciones. ¿Por qué metemos en el mismo saco al cansancio psíquico y al cansancio físico, siendo cosas tan distintas? A muchos vendría bien una “cura de aburrimiento” y, por el contrario, a otros sentaría de perlas un cursillo intensivo de diversiones a todo pasto.

En esta época del año, por ejemplo, se dice mucho, aunque generalmente se oiga poco, lo de que el mejor complemento de las vacaciones es el libro, es decir, se apela al descanso de la lectura. Pero, ¿es esto siempre cierto? Quien se pasa el año leyendo, ¿descansará con los libros? Tampoco descansará, naturalmente, bailando o practicando deporte el bailarín o el deportista. Ni descansará dedicándose al whisky quien cada día bebe whisky.

Pero este es el error de todas las vacaciones. No lee en el verano el que durante el invierno vende telas en un comercio o hace números en su oficina; quienes leen en verano son, precisamente, los que han leído en el invierno. Y quienes bailan o practican deporte en verano son también los mismos que no han dejado el deporte o el baile desde octubre a junio. Entonces resulta que nadie descansa de verdad en vacaciones, que nadie cambia radicalmente sus actividades aunque se desplace miles de kilómetros, que el viaje, en fin, no aleja al yo de sus aledaños.

¿Se impondrá alguna vez una disciplina contra esta anarquía psicológica de las vacaciones? ¿Veremos en alguna ocasión cómo, al llegar agosto, los comerciantes cambian el “Libro Mayor” por el libro de filosofía , y los intelectuales abandonan por unos días a Shopenhauer para bailar un “rock-and-roll”? Lo veo más que dudoso.

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Piensa uno estas cosas en pleno campo castellano. He ahí los pinos, el viento, las mariposas, los pájaros, las hormigas. Hay una quietud, una calma radical, infinita. Dentro, mis pulmones se esponjan en clara, limpia comunidad con la naturaleza. Y hasta se inicia un leve retozo en los músculos, ya algo cansados, de mis piernas.

Yo debiera comenzar una carrerita a campo traviesa, ahora que no me ve nadie. Una carrerita tonificante, que sorprendiera a los pequeños lagartos que se asoman al sol entre la hierba. Yo debiera, sin más, acometer la empresa de trepar árbol arriba. Intentarlo por lo menos, hasta hacerme un rasgón en el pantalón o arañarme gozosamente en la muñeca. Yo debiera recordar que una vez tuve once años y que esos once años no han desaparecido, que los llevo dentro, en el alma y en la sangre, que es necesario darles una pequeña libertad, descerrojarlos de vez en cuando... Yo debiera evadirme unos instantes, descansar de mí mismo unos minutos. ¿Por qué, entonces, me he traído al campo este libro, llevo este libro debajo del brazo? El libro se titula “Historia Política de la España Contemporánea. El libro dedica páginas y páginas a Prim, a Castelar, a Sagasta. Más páginas a Cánovas, a Silvela, a Romero Robledo... El libro no dedica ni una sola página a los árboles, a los pájaros, a los juncos que crecen junto al río, a los pequeños lagartos que se esconden a mi paso.