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VÍA, TERESA DE ÁVILA (EN EL IV CENTENARIO DE LA REFORMA CARMELITA)

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 23 de noviemre de 1962

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FUE ASÍ
«Pues todo concertado, fue el Señor servido que el día de San Bartolomé tomaron hábito algu­nas y se puso el Santísimo Sacramento; con toda autoridad y fuerza quedó hecho nuestro monasterio del gloriosísimo padre nuestro San Josef, año de mil y quinientos sesenta y dos.» Es el hecho germinal de la Reforma Carmelita. La vida, la obra, los libros, las palabras de Teresa de Je­sús, giran alrededor de este suceso que ha­bría de proliferar egregia y prodigiosa­mente. Fundar un convento y después… muchos conventos a imagen y semejanza del primero. Radica aquí la gloria de Te­resa de Cepeda y Ahumada, injerto para una espiritualidad que enflaquecía, que se apartaba de su fin. Devenía la profesión monástica en relaciones pseudomísticas y de nuevo Dios había de ser acarreado des­de la periferia al centro de una religiosi­dad esplendorosa de ocasos, decandente entre púrpuras, oros y laureles. Urgía do­tar de músculo, nervio y vértebras al afán ascético, descaecido, enervado de pálidas flores cansadas. Por eso, Teresa.

¿QUE HARÍA TERESA HOY?
Pero Teresa, en nuestro tiempo, ¿qué haría? ¿Fundaría también conventos? —se preguntan algunos con pereza más o me­nos escéptica. Y preguntan mal, porque no es posible situar a nadie fuera de su tiempo; porque el tiempo, que es materia del hombre, entra a formar parte del hom­bre. No es posible imaginar a Teresa de Jesús fuera del siglo XVI por la sencilla razón de que no es lícito imaginar a Te­resa... fuera de Teresa. Así y todo, si ella "levantara la cabeza", si fuera viable fi­gurarse a la santa de Ávila en una gran ciudad y en el siglo XX, si hubiera que concebirla entre nosotros, yo no me la re­presento de otra forma que fundando con­ventos, comunicándose con Dios, escribien­do obras de perfección. Pero fundando, orando y escribiendo sin salirse de su es­tilo.

¡Su estilo! Y, ¿no quedamos en que hay que adaptarse? La religiosidad con todos sus anejos —fe, caridad, perfección, ora­ción, vida interior—, ¿no ha de atenerse a un ritmo nuevo? Resulta que, según conspicuas opiniones, la vida consagrada a la oración es un anacronismo. El casti­llo feudal, las Cortes de Amor, los libros de Caballería, la Inquisición, las gorgueras en el traje y las troneras en la mura­lla, no son anacronismos menores. Así es que —concluyendo los escépticos, más o menos perezosos— o Teresa en nuestro tiempo se dedica a tareas más prácticas o no es Teresa tan grande como se piensa. ¡Ah! —concederán—, bueno es que se rece para vivir, pero no se puede vivir para rezar.

CONTEMPLACIÓN Y ACTIVISMO
Es un error bastante frecuente suponer que se puede desmontar el Cristianismo pieza a pieza para estructurarlo después en ligazones nuevas. Por supuesto, que hay molduras accesorias en el retablo doctrinal del Cristianismo, y que los estilos de vida de cada tiempo hacen notar su influencia en los métodos de la espiritua­lidad. Pero si la historia de la Arquitec­tura está llena de hallazgos que no peri­clitan, que no mueren —tales, la columna, el arco, la bóveda, la cúpula—, aunque sus maneras en cada ocasión vayan im­pregnadas de distintos sabores y sapien­cias; si la anatomía de cualquier verdad, en fin, es declinable pero sustancialmente irrevocable, hay que convenir igualmente en que los fundamentos religiosos —los fun­damentos decimos— son únicos e irreem­plazables cuando de la edificación de una espiritualidad consistente se trata. Pero de entre estos fundamentos, la oración y la ascesis no son los menos importantes. Deben de serlo en grado sumo, según el testimonio de los santos. Una vida de per­fección sin oración—sin contemplacion­es seguramente tan absurda como una ca­tedral sin pilares o columnas.

Pues no es otra la cuestión: Teresa de Jesús, ahora, bajo el influjo de las con len­tes actuales, ¿aconsejaría a sus monjas que se apeasen de su empeño místico para servir a Dios en otros menesteres? Si eso creemos, hay que Inducir nada menos que esto: El misticismo fue una eclosión tem­poral, limitada en el tiempo y en el espa­cio; no es una constante histórica.

Pero uno no cree que los místicos se hayan acabado. Menos aún, que haya que acabar con los místicos. Lo que sucede, quizá, es que faltan actualmente una Te­resa y un Juan de la Cruz que los reclute: que los discrimine y reconozca. Ni es rigu­rosamente cierto que el ambiente de nues­tra época sea menos favorable al cultivo místico y contemplativo. ¿Por qué? ¿Por qué iba a tropezar hoy Teresa con más dificultades? ¿Tuvo menos en su siglo? ¿Acaso entonces la comprendían? ¿Medían su talla, inclusive, todos los superiores re­ligiosos de su tiempo? ¿La valoraban con justeza los "perlados", como ella les lla­ma? ¿No resultaba rara, y visionaria, y fuera de lugar, en la misma Ávila de los Santos y de los Caballeros? Nunca ha sido popular el estado de perfección, y nunca meterse en un convento de clausura ha sido cosa demasiado corriente.

Pero se arguye: Ahora somos más ac­tivos.

ESPEJISMOS
Es la sugestión colectiva del momento: somos más activos que nunca. La litera­tura del activismo lo afirma así. Y como hacemos tantas cosas al cabo del día, ¿qué tiempo puede quedar a nadie para la con­templación? Sin embargo, hay indicios que invitan a pensar que el activismo de ahora tiene mucho de espejismo. Tan rá­pidos vuelan los aviones supersónicos y, en escala menor, tanto corren los coches y los trenes, son tantos los vehículos y las máquinas que nos rodean, que hemos llegado a pensar que nuestros hechos se mueven a la misma velocidad y que nues­tro psiquismo se motoriza. Cuando, más bien, ese dinamismo externo suele corres­ponderse con una atonía de vida, con una laxitud de ánimo. Las excepciones con­firman la regla, pero lo cierto es que no trabajamos más porque lo hagamos entre el ruido de las máquinas, o porque tenga­mos más prisa, o porque muchas ocupa­ciones nos den ocasión a ... desatenderlas todas. Exhibir más nervios no es tener más alma. Ser más activo no es padecer más fiebre. Por lo demás, el movimiento se demuestra andando; andando, no en coche. Chesterton, se regocijaba pensando en la velocidad que las piernas del peatón desarrollan, infinitamente superior a la del señor que ocupa el asiento de un automó­vil. Pero es una comodidad estupenda creer que somos nosotros quienes nos movemos cuando el coche nos mueve. (Yo no digo que, situada aquí y ahora, la santa de Ávila hubiera desdeñado el avión. Lo que aseguro es que hubiera lamentado no ser ella el avión.)

LA ORACIÓN, "MÍNIMO BAROMÉ­TRICO"
Hilando el tema no es difícil llegar a la conclusión de que los activos, al fin y al cabo, son ellos: los contemplativos. Acti­vos en grado eminente si no es que —a contrapelo de la historia de la Filosofía entera— negamos al alma la "moción", es­to es, la facultad de moverse; la misma que, con mayor gratuidad, concedemos sin tasa al "Seat 600", a la prensa hidráulica y al carrousel de la feria. Si el alma se mueve, no hay actividad mayor que la de una monja carmelita. Está la enorme in­quietud mística enmarcada en un exterior de quietud física, de localización en el re­cinto conventual, de la misma manera y por la misma razón que, viceversa, existe la inacción del profesional del activismo que posea su comodidad —su quietud— en­tre el vértigo.

Hay muchos grados de oración, cierta­mente, y pretender que alcancen sus altas cimas todos los hombres es utópico; pero la de los místicos es de tres dimensiones, es tan honda como larga o ancha. Y en ese caso la oración no implica sosiego, sino que, supone la comunicación directa con Dios. Y es tan grande la diferencia de potencial entre lo divino y lo humano, que de todo puede llenarse la oración, enton­ces, menos de "calma chicha". ¿Había cal­ma en los raptos de Teresa de Jesús? ¿No eran sus éxtasis auténticos ciclones espirituales? Dios soplaba su viento, llenaba de su ímpetu la humanidad de Teresa. La mística teresiana y sanjuanista se produce —permítaseme la expresión— en función de "mínimo barométrico". A la baja pre­sión del espíritu desasido de las cosas, vaciado de afecciones terrenas, concurre, torrencial y como empujada desde las al­tas reglones, la Gracia. Y entonces, arre­batada el alma por la tromba de lo sobre­natural, asciende luminosa a las serenidades contemplativas. No es otra cosa la "No­che Oscura del Alma", sino el método del desprendimiento de lo visible con vistas a la plenitud de lo invisible: un desocupar el alma para la ocupación y conquista de Dios: "Para venir a poseerlo todo, no quie­ras poseer algo en nada."

Concebida así la oración —y así la con­cebía Teresa para su Reforma, y así la experimentaba ella—, ¿quién podrá repro­char a la oración de Inactiva? ¿Cabe dina­mismo mayor?

LAS CARMELITAS, NOTICIA
Ahora, sí, Teresa seguiría fundando casas de oración. Haría comprender que orar no es, simplemente, rezar; que no es el sedante que muchos presumen, sino el acicate, el estímulo, la espuela para la ac­tividad interna que todos necesitamos. De todas formas, su mensaje sigue vivo. Y no puede desconocerse que su ejemplo es ope­rante. Hoy, los conventos teresianos, a despecho de las literaturas del activismo reales o posibles, continúan expedientando gracias del Cielo para la Tierra. Pero, ade­más, la espiritualidad carmelita es venero inagotable que acerca a los "palomarcicos" de Teresa la admiración y la curiosidad atenta, cuando no el fervor, de las gentes. El padre Ismael de Santa Teresita, O. C. D., ilustre propulsor de las celebra­ciones del Centenario de la Reforma, nos ha hablado del insaciable interés que la vida contemplativa de las monjas despier­ta ahora en el mundo. Las agencias perio­dísticas, el cine, la televisión, buscan tema en las clausuras conventuales. "Las carme­litas son noticia"—decía.

Y es que puede que en la Humanidad empiece a pensarse en el viaje de regreso. Por lo menos, no son pocos los hombres que se han dado cuenta ya de que loa "Diálogos de Carmelitas" encierran más belleza y atisban más verdades que las prosas de Faulkner. ¿Estamos en presencia del gran fracaso del Mundo? Eso quieren los agoreros y, no obstante, mientras a cada hombre quede abierto el camino de la aventura —aventura con ventura— del cristiano, cualquier actitud fatídica, a lo Casandra, parece desajustada.

Pero siendo el retorno a Dios necesario, excelente es hacerlo vía Teresa de Ávila.