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La Plaza del Mercado, lugar de transacciones, albero taurino y altar del patíbulo

Ginés de la Jara Torres Navarrete

en Ibiut. Ibiut. Año III. Nº 14. Octubre 1984, pp. 26-27

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Viene este trabajo a cuento en razón al artículo de Martínez Elvira en "IBIUT", número trece, sobre el testamento de un condenado a muerte. Dice nuestro amigo don Juan Ramón que en una de las mandas testamentarias del ibreño "se trasluce la relación existente entre los frailes dominicos... y los propios ajusticiados".

Tiene Martínez Elvira un fino olfato, y en lo cierto está respecto a esa estrecha relación dominicos-condenados, pues correspondía a aquellos religiosos asistir espiritualmente a todos los desgraciados que por su mal vivir o por su inocencia indemostrable eran víctimas públicas del patíbulo que se levantaba en plena Plaza del Mercado.

Era un trasto que imponía asco y respeto que, si bien en tiempos viejos estaba en aptitud perenne, corriendo el tiempo se convirtió en un artilugio movible que se levantaba la víspera del ajusticiamiento y se desmontaba una vez que el verdugo acababa su patética misión.

LA LABOR HUMANITARIA DE LOS FRAILES DE SAN ANDRÉS

Vivían éstos gracias a las limosnas que recibían en sus predicaciones en los pueblos comarcanos y en la propia Úbeda. En su humanidad y humildad, los dominicos prestaban asistencia espiritual a los reos poniéndolos de cara a Dios y dándoles cristiana sepultura, bien en el pórtico del Convento o bajo los soportales de la calle Cárcel, al pie mismo de la hornacina de Nuestra Señora de la Yedra.

LOS SOPORTALES DE LA CALLE CÁRCEL, ENTIERRO DE LOS REOS

Por diferentes documentos conocemos que los ajusticiados eran conducidos, ya sin vida, por los frailes de San Andrés, unas veces al pórtico de su propia iglesia conventual bajo manda testamentaria o bien a los soportales de la calle Cárcel justo al pie de la hornacina de la Virgen de la Yedra "donde está un gueco para depositar los cadáveres de personas desgraciadas ajusticiadas".

POR QUÉ LOS DOMINICOS SE OCUPABAN DE AQUEL MENESTER

Entre finales del siglo XV y comienzos del XVI, Andrés de Cazorla y Alarcos funda de sus bienes el Hospital de San Andrés, obra pía ignorada por Ruiz Prieto y otros historiadores ubedíes. Dicho establecimiento pasa en 1516 a los frailes dominicos obligándose éstos en 20 de agosto de aquel año "a enterrar en él a los que la Justicia por sus delitos sentenciaba a muerte".

Hasta el postrero instante, los religiosos de San Andrés asistían espiritualmente a los condenados ayudándoles a bien morir. Rebeldes muchos de ellos, la ternura y la humildad de los frailes doblegaban su orgullo hasta dejar expedito un sendero sin retorno.

AJUSTICIADOS POR LA INQUISICIÓN

Algún día nos ocuparemos de la larga lista de inquisidores ubedíes que tenemos fichados. De los ajusticiados por el Santo Oficio de Córdoba en Úbeda, sólo conocemos dos ejecuciones llevadas a cabo en torno a 1490. Se trata de María González de Merlín y de una parienta suya de origen cordobés que fueron quemadas quizá más por sospechas que por delito. Fueron parientas del Merlín, fundador en San Pablo.

Como dato curioso venido a cuento, dígase que fue costumbre antigua administrar el Santo Viático a los presos de la cárcel de Úbeda. La procesión salía de Santa María el día de la Ascensión, asistiendo a ella con toda solemnidad el Concejo en pleno. Aquel día solía servirse un rancho especial compuesto de despojos y cabezas de cordero en estofado.

LA PLAZA DEL MERCADO, ALTAR DEL PATÍBULO

El espectáculo dantesco del ajusticiamiento de los presos condenados era presenciado por gentes desocupadas y curiosas; y horas antes del desenlace final de aquellos infelices, la gente tomaba posiciones en torno a los soportales del Mercado. El preso era conducido por los alcaldes de la Santa Hermandad desde la real cárcel hasta la Plaza y a tambor batiente subía por última vez los últimos peldaños del pedestal de la muerte.

Conocemos uno de aquellos ajusticiamientos llevado a cabo una fría mañana de noviembre de finales del siglo XVIII. Ejecutada la sentencia, el patíbulo permanecía en pie dado que en breve la real justicia acabaría con el ser de otro preso.

Pero he aquí, que teniendo que salir en corporación el Concejo de Úbeda, y casi rozar el mortal artilugio, los señores ediles consideran un insulto a su dignidad tener que pasar delante del patíbulo por lo que protestan airadamente. Dicen los señores regidores entre otras cosas:

"Que teniendo la Ciudad que salir formada desde las Casas de Aiuntamiento, siendo preziso pasar muy inmediato a el sitio en que se ejecutó la justicia de Orca con Gregorio de Lara, cuyo suplicio se verificó el miércoles próximo inmediato, aún subsiste el Patíbulo, pareciéndole indezente, y contra el honor de tan Ilustre Cuerpo que representa al Soberano, salir dispersos y ayuntarse lejos del Mercado con el fin de no pasar ayuntados ante tan funesto aparato".

Como quiera que el 8 de diciembre sería ejecutado otro preso, el patíbulo seguía en pie, y teniendo la Corporación que trasladarse a Santo Domingo de Silos a la fiesta anual de la Inmaculada, deciden que "para que no se ofrezcan los reparos que han ocurrido, ni la Ciudad se halle en el mismo sonrojo, ni tenga que dejar de formarse", elevan una seria protesta al Presidente de la Real Chancillería de Granada pidiendo el desmonte del mortal trasto.

Así fue como la Plaza del Mercado, lugar señalado a los traficantes y mercaderes venidos de todos los rincones de España dos veces a la semana, y rincón de regocijo en las fiestas públicas con lucidas corridas de toros, se convertía también en altar del patíbulo con su visible y elevado tablado donde mientras el verdugo se ensañaba con las víctimas, los frailes dominicos de San Andrés ejercían la gran obra de misericordia de consolar al triste y enterrar a los muertos.

Estas fueron las piadosas relaciones que los dominicos mantenían con las personas más caídas y desgraciadas. Ellos sólo vivían de la caridad pública y así cuando en cierta ocasión alguien quiso dotar al convento de cuantiosos bienes, los hijos de Santo Domingo no aceptaron tan generosa dádiva tras razonar que su misión era atesorar bienes en el cielo y no en la tierra. Tan pobres llegaron a ser aquellos religiosos que celebraban misa con misal y cáliz prestado por el propio Concejo de los que fueron fieles y solícitos capellanes.

La vida de aquellos hombres, santa y austera, es un modelo espiritual a imitar, mas, ¿quién se decide a caminar por senda tan escabrosa y estrecha?...

Ginés Torres Navarrete
Cronista Oficial de las villas de Sabiote y Torreperogil