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LIBERTAD

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Jaén. 1 de mayo de 1977

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—Sigamos con la libertad. —Apasionante tema.

—Todavía no hemos coincidido en la definición. —Pero tenemos la palabra, ¡qué hermosa! Y su estatua.

—Bien. Escalemos los flancos del concepto. Ascendamos por las faldas de la idea de la libertad. Hablemos...

—¿Idea de la libertad, o hecho de la libertad? —Como idea no basta. Hay que hacerla. —¿Cómo?

—No hay fórmula universal. Es algo personal. Cada uno hace su libertad. —Si le dejan.

—¡Bah! Quien dice que no es libre porque no le dejan, se sirve del pretexto para evitar el trabajo de procurársela. Porque la libertad es un trabajo que nos proponemos. No es una breva que nos cae. El mayor obstáculo está en nosotros mismos. El aire libre, más o menos enrarecido, está siempre, jamás falta. Cuando no se puede respirar no es por falta de oxígeno sino por incapacidad del aparato respiratorio. Pasa igual con la libertad. Se dice: No hay política libre, no hay prensa libre, no hay universidad libre, no hay libertad... ¿Qué es eso de que no hay libertad? Si nos atrevemos a pensar, en cualquier situación, vemos que nada ni nadie lo impide. La auténtica libertad está en el pensamiento. Ahora bien, pensar es un trabajo. Entonces, nos quejamos de que no nos preparan ya, desde afuera, las tostadas del pensamiento libre. Pero en cuanto al albedrío, tenemos que cocinárnoslo nosotros. Lo demás es puro añadido.

—¿Y basta el pensamiento libre para ser libres?

—Se trata del primer expediente. Luego hay que hacer que nuestros actos emanen de nuestra misma libertad; que el pensa­miento libre tenga tal fuerza que sea capaz de mover, en eficien­cias, nuestros juicios y nuestra conducta.

—La libertad, ¿es profunda?

—Si no se hace en los fondos hondos de la persona, no merece el nombre. Y siendo así, teniendo un origen tan arraigado, parece claro que un acto no es libre si, simplemente, se fra­gua en la periferia de la persona, en la cotidianidad o en la cos­tumbre de los comportamientos habituales. Un acto, para ser libre, supone una decisión. Pero una decisión sin pensamiento y consideración previos es un aborto. Las decisiones florecen en la superficie, no surgen en la arena. Las decisiones se arrancan. Hay que tirar de ellas con fuerza.

—¿Tomar una decisión libre es difícil?

—Mucho. Bastantes hombres mueren sin haber tenido la experiencia, ni la vivencia genuina de la libertad. Así lo afirmaba Bergson. Escribía: «La libertad es algo que se hace con nosotros sin cesar. Es cosa de duración y de génesis; no de improvisación y decreto. Es el acto grávido de toda nuestra historia».

—¿Libertad y espontaneidad son, pues, incompatibles?

—Casi. La libertad es el mayor logro del hombre. Y no se gana Zamora en una hora. Cada hombre debe constituirse en labrador de su propia libertad.

—¿Ejemplo?

—Jamás hay que confundir la hierba que brota anárquica con la espiga que asciende libre tras la siembra y el arado.