Revista Vbeda Revista Ibiut Revista Gavellar Diario La Provincia Semanario Vida Nueva Revista Don Lope de Sosa
Nuestra web sólo almacenará en su ordenador una cookie.<br>
Cookies de terceros.Por el momento, al utilizar el servicio Analytics,  Google, puede almacenar cookies que serán 
procesadas  en los términos fijados en la Web Google.com. En breve intentaremos evitar esta situación.
Revista Códice Redonda de Miradores Artículos Peal de Becerro. Revista anual Fototeca Aviso
y más: En voz alta Club de Lectura Saudar.es Con otra voz En torno a la palabra

Úbeda

Guía histórico artística de Úbeda. En las mejores librerías. Pulse para conocer las fuentes que nos avalan


Quizás la mejor Guía de Úbeda.

 
    

EL VERANO

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 13 de julio de 1976

Volver

        

También, estos días pasados, coincidiendo con el comien­zo del verano ha habido, en muchos lugares de Europa, violen­tos brotes contestatarios contra el calor. ¿Violentos? Bueno, por lo menos —según leemos— en el seno de la sociedad conyu­gal las reyertas, llegadas a más, en Inglaterra, han subido a un nivel alarmante. Parece que pasados los treinta a la sombra, tanto en Glasgow como en Salisbury, tanto en Londres como en Manchester, los naturales de la Gran Bretaña sienten una pre­disposición incoercible al divorcio. En tiempos tan pintorescos como el que vivimos —tiempos en que es frecuente oir cosas pa­recidas a aquello de que «se busca una mujer que haga juego con el mobiliario»— el pretexto para el divorcio se encuentra enseguida y quizás el verano es uno. Aparte de que en la mayoría de los casos el destape desfavorece a las señoras y seño­ritas si no son muy jóvenes, está el motivo de que el calor (lo comprueban los psicólogos y los moralistas) desconcentra el ánimo y hace perder densidad a la intimidad que es donde se forja la bondad con todas sus virtudes. Y está claro que cuando se volatiza una paciencia, quien primero paga es el más pró­ximo, o sea, el cónyuge. ¿Por qué, las tormentas familiares au­mentan en el estío? Por la misma causa que las otras aumentan.

Ha sido también en Inglaterra —o no sé si en Bruselas— donde la Policía, llamada cada cinco minutos para solicitar de ella auxilios antitérmicos, ha terminado por recomendar, como preventivo general, calma y sal en el agua. ¿No es curioso que las trifulcas promovidas por el calor puedan evitarse con sal en el agua? El descubrimiento lleva patente de Wimbledon, pero la Televisión no lo anuncia, porque nadie tiene interés todavía en promocionar el cloruro de sodio, como se promocionan las «rexonas» y las limonadas. Sí van en cambio, en La Mancha, a idear una publicidad del agua pura de la roca, más difícil ya de encontrar, según parece, que el vellocino de oro. En Valdepe­ñas estará más cara el agua que el vino dentro de unas jornadas si persiste la sequía. Y esto sí que motivaría erotismos a lo Tántalo. Porque no hay desnudez más incitante que la del agua en la fuente. Por cierto que, en la misma Granada se empieza a echar de menos el «agua oculta que llora», que nos devuelve el argumento de que si la sed es un tormento, no es sino porque el agua es una delicia. (Hasta para la teología menor sería válido el razonamiento: No habría sed si no existiese el agua. No existiría la obsesión humana de la felicidad, si Dios —como pretende no sé quién— fuese una copia sin original...)

También sucede que como las reivindicaciones y las protestas están en el ambiente —«la pancarta de cada día dánosla hoy»— el calor está ahí y es comodísimo para promo­ver una indignación. Otras protestas tienen el peligro de que ocasionan contraprotestas, pero «contestar» al calor es cosa ba­rata. Aunque hay excepciones. Por ejemplo, también hace unos días, en la Ciudad Universitaria, en Madrid, la Policía llamó la atención a un hombre completamente desnudo. De primeras, la Policía pudo creer que se trataba, ¡quién sabe!, de un «objetor de conciencia» disconforme con la opresión, la mediatización y la intolerable intromisión que el calzón y la camisa implican para la libre relación y contacto expreso de la Naturaleza y el hombre. Pero no era eso. Ni se trataba de una reacción contra la subida del precio del pan, o de una actitud de solidaridad hacia una bañista de Manacor multada el año pasado con vein­ticinco pesetas, cuyo agravante estaba en el énfasis con que ella declaró que estaba desnuda no por casualidad, sino que había tenido un particular interés en desvertirse. Bien, pues el hombre desnudo de treinta años, de la Ciudad Universitaria, no protes­taba nada más que contra los cuarenta grados: Estoy desnudo —dijo— por no poder soportar el calor.
¿No será que todos nos hemos puesto muy exigentes? Aho­ra resulta que también —creo que pronto— vamos a firmar pliegos de exigencias contra julio y agosto, dictadores que en parte conculcan el «derecho humano» al fresquito del atar­decer, a la horchata y a la ginebra con soda. Pobres abuelos nuestros —o bisabuelos— que allá en agosto de mil ochocientos noventa y tantos se retrataban con levita y chaleco. No se qué decir. Todo es relativo. A lo mejor sudaban menos que noso­tros con nuestros ordinarios blusones abiertos y nuestros vien­tres llenos de cerveza. La verdad es que la comodidad burguesa hacia la que todo el mundo se precipita está volviendo incomodísima la vida. La vida es una cosa simple que todos complica­mos con nuestros deseos vulgarísimos y barrocos. Por ejemplo el calor y el frío no son nunca cosas terribles. Defenderse de ellos con los recursos al uso —mucha calefacción o mucha hor­chata— es más bien contraproducente. Mejor es afrontar el calor y el frío en el campo abierto, sin temor, con las necesarias precauciones y no más. El «sudor de la oficina», y el sudor de la siesta a torso desnudo —puede comprobarse— molesta mucho más que el violento sol del campo abierto. Lo más que hace la gente —para demostrar que le gusta la Naturaleza— es irse al tostadero de las playas y luego apretujar las carreteras y el paisaje en las «operaciones retorno».

Hay un borreguismo totalitario en la manera de divertirse. Absoluta falta de imaginación. También hay borreguismo tota­litario en la manera de malhumorarse. Ya los negros, los amari­llos, los franceses, los esquimales y los andaluces gritamos casi lo mismo en todas partes en las concentraciones contestatarias. Coincidimos en no resignarnos ante las mismas cosas. Ya está triunfante el uniforme de verano en todas partes: el blusón para el «despechugue». La misma bebida refrescante. Y como casos límites, también la repetición: los desesperados que se desnudan —cerca de la Cibles, del Arco del Triunfo, o de Trafalgar Square— y luego amenazarán con suicidarse «porque este calor no hay quien lo resista». Pero ¡qué bien saben aguantarlo, sin ira y más bien con elegancia, esos segadores que aún quedan en nuestros campos de Andalucía!