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PLATEADO JAÉN»

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Jaén. 18 de octubre dd 1956

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Realmente, en estos momentos, no estoy seguro del nú­mero de miles de habitantes con que cuenta Jaén. Creo, sin embargo, que nuestra capital tiene una justa dimen­sión «humana». Si me apuraran, yo diría que Jaén es una «ciudad en punto»; abogaría porque no ambicionara ser más «grande», más volumétricamente grande, de lo que ahora es. Porque... «no la toquéis más; así es la rosa», escribía el mejor galanteador-poeta que han tenido las rosas. Pues, eso mismo: No la toquéis más; así es Jaén. Jaén —gracias sean dadas— todavía provinciano, atento al ritmo de la vida actual, pero aún sosegado en sus re­mansos líricos. Jaén, sin aficiones colosales, gozando pa­cíficamente de su «áurea mediocritas». Jaén en su equili­brio, equidistante del pueblo —lento roedor que destroza perseverantemente a los hombres y a las cosas— y de la ciudad millonaria: mastodonte insaciable que aplasta sin piedad lo que todavía queda de humano en el hom­bre...

Jaén exacto, a la medida cordial. Como para encerrado en un solo golpe de vista si preciso fuera. Como para caber, sin apuros, en la alforja de los recuerdos que el viajero —el gustador de paisajes, de catedrales y de gen­tes— lleva consigo. Nítido Jaén de impresiones inconfun­dibles, porque no son impresiones apelmazadas como las producidas por esta o aquella gran ciudad: ciudades —permitidme la expresión— «en varios tomos», de las que uno no puede captar el alma o la gracia... o el «argu­mento», porque, en ellas, la vida se ha segmentado en multitud de parciales almas, de tronchadas gracias, de incompletos argumentos disociadores; para la lucha, que no para la colaboración. Ancho y breve Jaén para el tra­bajo y el descanso. Jaén para la amistad y para el diálogo, donde la amable charla ya no es, necesariamente, murmu­ración, y aún no es, fatalmente, negocio...

No; que no sea Jaén una ciudad «Primera División», tomada por la prisa y la urgencia. Que no sea una ciudad sin frenos, desalada entre el tráfago, apasionada de lo efímero, desdeñosa de lo trascendente. Sin «agonía» de campeonato, viva naturalmente. Dotada de la suave ele­gancia de no ambicionar el primer puesto.

«Plateado Jaén», escribió Manuel Machado. ¿Por qué?

No es la plata el primero de los metales preciosos. Pero, seguramente, es el de más prestancia. Y es que el oro tiene un poder; pero la plata tiene una gracia. El oro manda, en el concierto de las cosas, casi con violencia, y su fuerza obliga. La plata, en cambio..., yo no sé cómo decirlo. El caso es que nos sería difícil tomarla como imagen o como índice de algo que no fuese, por sustancia o por accidente, belleza. Al oro, ¡cuántas veces le han lla­mado «vil metal»! En cambio a la plata, ¿quién se atre­ve?... Y es muy usual decir que el oro envilece, pero a nadie hemos oído decir lo mismo de la plata. Porque, sin darnos cuenta, la hacemos símbolo de valores irrepro­chables. ¿El oro avasalla? Pues la plata, sencillamente, reina. Oro, oro, oro... Eso suena mal; carece de eufonía. Plata: ¡qué palabra tan bonita!

«Plateado Jaén». Una mañana cualquiera, hemos arri bado a nuestra capital. Procedemos, Señor, de cualquier punto de la provincia. ¿De la limpia Iliturgi? ¿Del esfor­zado, estimulante, valeroso Linares? ¿De Baeza, la glo­riosa ciudad muerta? ¿De la alta Úbeda monumental? Jaén nos ha saludado desde lejos con ese gesto cordial que ya se adivina en la misma topografía de la ciudad. ¿Hay muchas ciudades en España, tan bellamente situa­das en la geografía como Jaén? ¿Disponen muchas ciuda­des de un paisaje tan maravilloso como el de Jaén? Pero Jaén no presume de paisaje; no presume de nada... La carretera redime de pronto su sequedad en las amenidades del Guadalbullón y ya la Catedral apacienta, ante nuestra vista, el caserío de la capital. Hay catedrales. La Catedral de Jaén da la sensación de una compenetración con la ciudad y el paisaje, difícil de encontrar en otros lugares. Catedral, ciudad y paisaje forman como un todo orgánico. Otras catedrales, más arrogantes quizás, impresionan por su aislamiento, por su fisonomía desconectada de la fiso­nomía urbana circundante. En Jaén, la Catedral parece identificada con su contorno. No se concibe una panorá­mica de Jaén sin la Catedral. Es como uno de esos acentos que no pueden suprimirse sin cambiar por entero el sen­tido de la palabra. El sentido del paisaje de Jaén, con la perspectiva grandiosa de Jabalcuz al fondo, «necesita», estéticamente, este contrapunto divino de la presencia catedralicia.

Pero hemos llegado a Jaén. Una hora, dos horas de automóvil. Procedemos de Andújar, de Linares, de Úbeda, de Baeza, de Cazorla... ¿Qué más da? Para toda la pro­vincia tiene Jaén el mismo gesto entrañable; el mismo, ademán, jamás arrugado de entrecejos. Porque Jaén mira a todos sus pueblos con cariño de hermana mayor. Como es superior, nunca adopta aires de superioridad. No sabe ser desdeñoso Jaén; no puede.

Una visita oficial quizás, un negocio, una encomienda, una petición. El objeto de nuestra visita a Jaén es vulgar, puede ser incluso deleznable. Pero hemos recorrido sus calles que tienen un encanto sin tener una prosopopeya o un empaque. Hemos saludado a sus gentes que tienen una sonrisa sin tener una ironía. (Quizás no hayamos nun­ca reflexionado en ello; pero la simpatía de los jaeneros tiene un quid, un sello, una personalidad)... ¿Nos traía, decimos, a Jaén, un negocio, una visita, una petición, una consulta? No sé; pero cuando a la tarde, volvemos a nues­tro pueblo; cuando después de almorzar, concluida la misión particular, emprendemos viaje de regreso, ¿no envuelve a nuestro personal «cuidado» un aura de recon­fortante esperanza? Traíamos un «asunto»: nos llevamos, bien guardado, el regusto de una cordialidad... Volvemos la mirada. Jaén se aleja; el coche nos aleja. Jabalcuz, la Catedral, el Castillo; ¿hay paisaje como el de Jaén? Nos despedimos de Jaén, familiarmente, hasta el mes que vie­ne; hasta la semana que viene. La capital de la provincia nunca nos despide del todo. Siempre nos dice: Hasta luego.

Plata de Jaén siempre, en la evocación, cada semana, cada mes renovada; plata de Jaén, en la ilusión y en el recuerdo de cada uno de los hombres de la provincia.