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Las buenas tradiciones traen, siempre, al alma un frescor. No hay que confundir tradición con antigualla. La antigualla se cubre de polvo; la tradición se esmalta de verdes y de margaritas. Porque toda tradición es como la primavera. La primavera misma, ¿no es una tradición? ¿No es la mejor tradición de la Naturaleza?
Hay en todos los pueblos, días tradicionales. Es una ventaja de los pueblos y de las ciudades pequeñas. Cuando las ciudades son grandes; cuando se alargan y se ensanchan y se superpueblan, entonces, la tradición empieza a despistarse, a caminar insegura, con paso blando, con mi rada turbia hasta caer descorazonada y triste sobre el asfalto. Las grandes ciudades ven morir, día a día, sus tradiciones: las que les vienen de su época de... pueblos; de cuando su afán no intentaba, todavía, rascar el cielo. De cuando su gozo agarraba sus raíces en la tierra generosa.
Hay, digo, en todos los pueblos días tradicionales. Un día de éstos en Úbeda es el sábado víspera de Pentecostés. ¿Qué pasa en esta fecha? Pasa esto: Viene la Virgen de Guadalupe. La Virgen de Guadalupe, está, desde septiembre, en su Santuario del Gavellar. Ella, allí, en su retiro, está vestida de Pastora. En el Gavellar, se anubarra el cielo por Todos los Santos; luego vienen las lluvias, los vientos, las nieves. En el Gavellar, en su camarín barroco, la Virgen de Guadalupe ve, desde lejos, la vida de los ubetenses. Cada día nacen y mueren ubetenses: Ella lleva la cuenta. Desde el Gavellar, la Virgen se entera de las alegrías, de las penas, de los actos buenos, de los pecados, de los fervores, de las querellas, de las renuncias, de las mezquindades, de las generosidades de sus hijos. Unas veces, la Pequeñita sonríe; otras...
Así todo el año. Octubre... Enero... Febrero... Abril. No sé si hay días en que Nuestra Señora se impacienta un poco. ¡Largo invierno! Hasta que mayo despliega su bandera y la luz epifánica de las mañanas soleadas penetra en el Santuario. Ya hay verdes espigas, y amapolas, e ingenuas mariposas, y avispas ebrias en el campo del Gavellar. Ya amanece tempranito y, al atardecer, el ocaso se serena de una paz sencilla, de una paz augusta. Ya los. grillos trazan sus pespuntes en el profundo silencio. Entonces la Virgen dice: «Pentecostés llega». Y en su semblante de Pastora Divina se ilumina una fragancia.
Y llega Pentecostés. Madrugada. Romeros. Cohetes en la plaza de Toledo. ¡Vamos por la Virgen! Una fe rosada en los rostros curtidos. Alegría de tradición: fresco gozo en el pensamiento. Loca brisa de recuerdos... A pie los más fervorosos o los más jóvenes, en coche o en caballería otros, un grupo férvido y entusiasta de ubetenses se dirige al Gavellar. Pero esto no es «folklore». Esto no es «romería» para el fomento del turismo. No se trata ahora de eso. Al Santuario de Guadalupe se va sin afán casticista; se llega sin preocupación pintoresca. Se llega muy de mañana, se toma a la Virgen del camarín, se la pone en una urna adornada de espigas y... cuesta arriba, a la aldea de Santa Eulalia, entre vivas, plegarias, cansancio, sudor, canción y risas. De Santa Eulalia a Úbeda, cinco kilómetros. ¡Mitad de camino! Se reponen los romeros de su fatiga, sacan los aldeanos de Santa Eulalia sus faroles de artesanía y su traje de fiesta, y ¡a Úbeda! Al anochecer, la Virgen de Guadalupe, la Patrona, es aclamada por todo el pueblo en la Torrenueva. En la Torrenueva los viejos que añoran, los jóvenes que sueñan, ¡los niños! En la Torrenueva, lágrimas. En la Torrenueva, marcha real. En la Torrenueva, barullo de oraciones urgentes. En la Torrenueva, prisa y fiesta.
La noche se cierra en cálida esperanza, y cien hombres —cien adoradores nocturnos— en su hospedaje primero del Hospital, asumen ante la Patrona todo el fervor de la ciudad.
Y amanece Pentecostés, en exultación de confianza. («Ven, oh, Espíritu Santo, ilumina los corazones y enciende en ellos el fuego de tu Amor».)
Ya está en Úbeda la Virgen de Guadalupe. Ave María.
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