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A LOMOS DE LA FERIA

Juan Pasquau Guerrero

en Conferencias. Feria 1954

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Nosotros, «las personas mayores», vemos pasar la fe­ria. Nuestra intervención en ella es muy secundaria, bas­tante poco importante. A veces, las cosas de la feria nos divierten o nos hacen reír; pero, de todas formas, nuestro papel es el de espectadores simples de una fiesta de la que, nos guste o nos aburra, no nos sentimos protago­nistas. Nosotros, vemos pasar la feria; pero, ¿y los niños? Para ellos la feria no pasa, no despliega desde afuera su abanico multicolor ante su atención curiosa, por la razón de que son precisamente los niños quienes, montados a lomos de la feria, le imprimen carácter, vida y movimien­to. La feria es... lo que los niños quieren.

El sentido crítico —¡qué malos ratos nos da el sentido crítico a las «personas mayores»!— no existe en los chi­quillos. Graciosa ignorancia la suya, tan graciosa que no es un defecto, sino una virtud con un nombre bonito: inocencia. Con la inocencia, los chiquillos, ven en la feria una luz incontaminada y prístina; ven una luz donde nosotros sólo vemos unos colorines. Y un placer de velo­cidad —¡arre, caballito!— en el elemental girar y girar del carrousel que a nosotros —un poco podridos de sesu­dez— se nos antoja ridículo. (Ridículo; ¿quién ha inven­tado esta palabra oprobiosa? Los niños jamás hacen, ni pueden hacer, el ridículo.)

Todos los años, y esto es lo maravilloso, hay chiquillos nuevos en la feria. ¿Quién es nueva, la feria o los chiqui­llos? Nosotros decimos que son los chiquillos, pero ellos están seguros de que la novedad está en la feria. En los caballitos —que ya nos parecen a nosotros tan anacróni­cos—; en los chistes, que ya nos parecen a nosotros tan manidos, del payaso de la puerta del barracón de atrac­ciones; en la música metálica del altavoz, en el polvazo; en las casetas en que el turrón, con gasa de novia, tiene una corte de moscones. Siempre igual, decimos nosotros... Y ellos, los niños, no pueden comprender este cansancio porque el espectáculo insólito de la feria les brinda una cabalgadura ideal para sus ilusiones.

Nosotros creemos en el tópico, y lo detestamos. Pero tampoco hay tópicos para los niños. No ven, afortunados, la madera vieja de que están hechas las figuras grotescas de la feria; ven sólo el barniz jubiloso que las recubre. No ven la astillada armazón de las cosas, encantados por su olor, color y sabor. Ellos viven sin ocurrírseles barrenar con cuñas críticas —o analíticas— el fondo de la vida.

Ya se acerca la feria. ¡Qué pronto llega!, decimos nos­otros... ¡Cuánto tarda en llegar!, dicen los chiquillos. Los Gigantes y Cabezudos —los hay de las cinco razas: blan­cos, negros, amarillos, malayos y cobrizos— están ensa­yando su danza ritual. Cualquiera sabe el mensaje que traen este año los Gigantes y Cabezudos... Nadie descifra el mensaje; pero los niños, sí. Los niños entenderán, cuan­do vean la cabalgata grotesca, que la feria de este año es mucho mejor que todas las anteriores; ¡para eso son niños! Nosotros, las «personas mayores», somos libres para pensar que la feria ésta va a resultar aburridilla. ¡Para eso somos grandes ya; para eso somos hombres!