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PLAZA DE SANTA MARÍA, DE BAEZA

Juan Pasquau Guerrero

en Revista Vbeda. Año 2 ,núm. 17. Mayo de 1951

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La poesía es tan frágil, tan tenue, tan sutil, que se quie­bra al primer envite de la vulgaridad o de la chabacane­ría. La poesía... no es de este mundo. Cuando se la quiere casar con la realidad, cuando se la quiere «practicar», nace ese seudolirismo, ese mestizaje híbrido que se llama cursilería. Por eso, apenas deambula la poesía por las calles bulliciosas, pobladas de anécdotas, de escaparates y de «autos». No expongáis vuestro secreto a la contem­plación pública; no digáis delante de la gente: «Yo soy poeta», porque el factor «gente» está formado de todo lo aleatorio, de todo lo falso e impersonal. Cada individuo entreteje su mundo personal, y con las hilachas sobrantes se forma la tela anónima, la gente. ¿Cómo, pues, el diá­logo poético entre la persona y la gente? La poesía es, siempre, de persona a cosa, o de persona a persona; nun­ca de cosa a gente o de persona a gente. En la soledad ha edificado la poesía su palacio de silencio. Hay que cami­nar a su encuentro con paso quedo, de puntillas, lenta­mente. Todas las avecicas líricas picotean, ingrávidas, la soledad; y cuando llega el ruido, denso de risas, de pa­labras, de gritos, de músicas locas, se produce la des­bandada... En el centro mismo de la ciudad, Baeza guar­da su corazón de silencio. Otras ciudades, rodean de cro­matismos detonantes su corazón de ruido, vaso receptor de todas las arterias de la actualidad. Pero Baeza ha en­marcado de arte la infinita nostalgia de su grandeza im­par. Y ha acordado para las avecicas líricas su mejor reducto ciudadano. El Seminario, el Instituto, la Cate­dral, la plaza de Santa María constituyen, en medio de Baeza, un a modo de lago espiritual en que se han reman­sado los agitados ímpetus de la historia. Cada época levanta su plegamiento en la vida de los pueblos... y a estas cuencas cerradas de evocación sentimental conflu­yen de todas las vertientes, hechas ya limo lírico, las errátiles memorias. Son los rincones «sin vida», los rincones «muertos» según la versión anestesiada, hiposensibilizada, del vulgo... En verdad, ofician una misión re­guladora de espiritualidad, garantizan una endocrina fun­ción poética que eleva el tono y llena el pulso de la ciudad...