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CONSUMISMO ARTÍSTICO

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 13 de abril de 1972

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En el fondo, a muchos de nuestros amigos les importa un ardite el arte o la literatura. Y, realmente, ¿por qué nadie va a estar obligado a creer en la cardinal importancia del arte o de la literatura? Pero sucede una cosa: Esos amigos nuestros que no sienten particular entusiasmo por estas manifestaciones del es­píritu, no desdeñan el ir haciéndose de una buena biblioteca. Y en no pocas ocasiones, cuando visitan una exposición de pintura, entran en deseos de quedarse con un cuadro y, enseguida, junto al marco del mismo mandan poner el letrero de «adquirido». Esto es sintomático. Da a entender que li­bros y cuadros juegan también un papel importantísimo en la sociedad de con­sumo. Ya se ha dicho mil veces que la sociedad de consumo nos coloca a todos en casa una buena porción de cosas que no necesitamos, pero que empezamos a desearlas cuando las vemos en las casas de los demás y en los escaparates. Hace treinta años nada más, sólo compraba un cuadro el aficionado al arte. ¿Por qué hoy, cualquiera se gasta quince o veinte mil pesetas en un óleo para su comedor? ¿Hay más «inquietud» cultural? ¿Existe más sensibilidad en toda clase de gentes? Sencillamente, abunda la producción con su secuela de pro­paganda. La producción engendra la publicidad y la publicidad el deseo. Y la publicidad no está encaminada a que nos guste esto o aquello: Aspira a que lo tengamos todo aunque no nos agrade o nos agrade poco. Hacernos desear incluso lo que no nos gusta; he ahí un «milagro» del consumismo.

El arte moderno, que tiene cultivadores geniales, ofrece también «labranza» a la mediocridad. Entonces, esos artistas mediocres, voceando su obra más o menos, se hacen pronto de clientela. Eso, probablemente, no sucedió siempre. Nunca el mediocre tuvo como ahora facilidades para dar gato por liebre. Esta facilidad acarrea la superproducción. Y ahí tienen ustedes el resultado; el re­sultado es un óleo de quince mil pesetas —uno por lo menos— en cada salita o en cada modesto comedor. ¿No existe un frigorífico en cada cocina? Castroviejo ha escrito: «Hoy, lo corriente son invitaciones de nevera, asexuadas e insípidas». Pero de seguro él, como cada quisque, tiene una estupenda nevera en casa. También todos protestamos de vez en cuando de los programas de tele­visión ; pero nos enfadamos si al llegar a casa nos encontramos con que se ha fundido una lámpara del receptor. ¿Se ha ocupado o preocupado alguna vez nuestro buen amigo el fabrican­te de fideos de Renoir, Monet o Paul Klee? Pero ha visitado la reciente exposición celebrada en su ciudad y ha oído decir de éste o del otro lien­zo : Parece un Renoir. O: Parece un Sorolla. O: ¿No le recuerda a Klee? Y trato hecho. Milagros, milagros de la sociedad de consumo.
Por supuesto, es difícil que la obra de un mediocre recuerde a la de Re­noir o a la de Monet. Y es más fácil que se parezca a la de un adicto —modernísimo— de la llamada "pintura matérica". Y como entonces el cuadro suele ser más caro, pues se vende mejor. Fraudes, fraudes de la sociedad de consumo. (No es que la pintura «matérica», pongo por caso, sea un fraude. Es que se presta al fraude. Y al río revuelto. Y a la ganancia de quienes ustedes saben).

Bueno; al fin y al cabo en esto de la pintura actualísima habrá que orien­tarse. Y no fiarse de un alto precio para deducir que es buena. ¿Fiarse, enton­ces, del crítico de arte? Pero Camón Aznar ha dicho que nunca es tan difícil como en nuestros días la misión del crítico de arte, puesto que las «categorías» y los «criterios» estéticos se desobjetivizan de tal forma —desaparecidos todos los cánones— que el alguacil (el crítico) corre siempre el riesgo de ser alguacilado. De otra parte, Javier de Salas, director del Museo del Prado; opina: «Lo que el hombre actual está «buscando» en materia de experimentación artística, no es comparable a lo que está «obteniendo» en materia de investigación científi­ca». Es decir que, en la mayoría de los casos —salvada sea siempre la mino­ría de los estupendos—, los artistas actualísimos no hacen sino buscar. Señor, ¡ y cuánto cobran algunos por buscar! Por buscar sin encontrar.

Yo recomendaría a mi buen amigo el fabricante de fideos que recele un poquitín si alguien le dice que su cuadro tiene un «aire» que recuerda a Klee, a Kandinsky o a Picasso. Pero, ¿para qué? La pintura entra ya en la rueda del consumismo. Como sus fideos. Y donde las dan, las toman.