Revista Vbeda Revista Ibiut Revista Gavellar Diario La Provincia Semanario Vida Nueva Revista Don Lope de Sosa
Nuestra web sólo almacenará en su ordenador una cookie.<br>
Cookies de terceros.Por el momento, al utilizar el servicio Analytics,  Google, puede almacenar cookies que serán 
procesadas  en los términos fijados en la Web Google.com. En breve intentaremos evitar esta situación.
Revista Códice Redonda de Miradores Artículos Peal de Becerro. Revista anual Fototeca Aviso
y más: En voz alta Club de Lectura Saudar.es Con otra voz En torno a la palabra

Úbeda

Guía histórico artística de Úbeda. En las mejores librerías. Pulse para conocer las fuentes que nos avalan


Quizás la mejor Guía de Úbeda.

 
    

EL HUMO DE LA SOPA

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 25 de mayo de 1972

Volver

        

"Tú, cállate y no te metas en lios."

Es el consejo cauto. Lo puede dar la esposa, o el hermano mayor. O la suegra. Y, más veces, el amigo que nos quiere pacíficos, arreglados al uso y costumbre de los "chatos" de antes de comer —cuando se ha­bla de coches, se cuentan los últimos chistes o inocuamente se discute de fútbol— y del "cafelito" en el mos­trador que diafaniza los apretados horarios, cuando, si no hay tiempo de comentar nada despacio, es la ocasión de los gestos —breves e in­tensos— que sustituyen una murmu­ración, una indignación, una perple­jidad. Porque con los gestos (comu­nicación social de urgencia) damos salida a mucha vida y con ellos, en ocasiones, solemos entendernos me­jor que con los discursos.

Pero hay días en que queremos sa­limos de la rutina. Días en que ante algo o alguien nos alteramos de ver­dad. Días en que la conversación convencional no basta, ni es sufi­ciente el gesto para el desahogo. A lo mejor, en esos días, uno alza la voz, porque le da la gana —es gra­tis alzar la voz— y enseña un pro­pósito tremendo. "¡Me van a oír!", se dice entonces, con la mirada un poco alfilerada.

¿Qué es lo que queremos que nos oigan? ¿Alguna verdad llameante? ¿Una protesta peligrosa? Pero la es­posa, el hermano mayor, la suegra o el amigo le temen a la verdad que nos proponemos lanzar como una bomba y quieren disuadirnos. Nos to­man del brazo, nos hacen avanzar unos pasos para que la serenidad nos acaricie la frente y nos repiten:

—Tú, cállate y no te metas en líos.

Y... no somos nadie. No somos na­die, señor. La distensión llega, la fierecilla de las pupilas se apaga y nos callamos. En el fondo es siempre lo que queremos que pase cuando la indignación nos puja: Que el cauto nos haga convictos de lío (¿qué se gana con líos?, ¿no hay ya bastantes líos?) y que nos guardemos en el fondo del cajón eso que nos proponíamos de­cir cuando gritábamos lo de "¡me van a oír!". Uno queda valiente con el recurso de declarar paladinamente que "no tiene pelos en la lengua": Pero la prudencia ajena de quien
"bien nos quiere" —él lo dice— en­gancha la prudencia propia y ya está.

Bien: Pero ¿hay que callarse siem­pre? Hombre, mil veces acaece lo contrario. Pasa que, en vez de acer­cársenos el cauto que apaga, nos vie­ne el azuzador que despabila y en­ciende:

—Bueno, hasta ahí podíamos llegar. No te calles, ¿eh? Habla fuerte, fuer­te. No temas. Pega duro.

El despabilador, el encendedor de nuestra adormecida ira puede ser también —¿por qué no?— un buen amigo, o la buena esposa o la pro­blemática suegra. Lo que pasa es que (eso sí), en lo hondo, quien nos le­vanta el coraje tarda más en con­vencer. ¡Con lo cómodo que es dejar­se de líos y de cuentos! ¿Nos recetan una pequeña furia? Pues calma, cal­ma. Uno contesta al recetador di­ciendo: "Es que yo me conozco, ¿sa­bes? Y si empieza el tomate sé que no me voy a poder dominar".

Y esta es la otra manera de no me­terse en líos y quedar como los án­geles.

¿Hay, entonces, por fas o nefas, por cautela ajena o propia, por consejo o por asenso, que callarse y dejar el agua correr? ¿También cuando el agua que dejamos correr es, precisamente, la que debíamos beber?

—Más vale la acción que la pala­brería; mejor es que actúes, que ha­gas, que trabajes. Arría tus gritos e iza tus eficacias.

En las anteriores palabras va el consejo astuto. Que se nos da o que nos damos a nosotros mismos. Supo­ne la posición media entre el "me van a oír", que queda en agua de bo­rrajas, y el "no sé si voy a poder do­minarme", que, so pretexto del vina­gre, evita al vino.

Sin embargo, el tiempo se ha pues­to gritador. Contestatario y ruidoso. Hasta para adoptar una actitud de moderación hay que levantar la voz. De lo contrario, la moderación se apaga, se asfixia. Unamuno escribía: "Todo es teatro y en el teatro, si se sirve sopa, conviene vaya hirviendo para que al ver desde los más lejanos puestos el vaho del hervor pue­dan decir: En efecto, es sopa ca­liente".

En fin, yo creo que entre tanto rui­do, entre tanta pasión, entre tanta actitud radicalizada, la propia mode­ración y la misma prudencia deben gritar, deben exclamar: "Tienen que oírme". De lo contrario, nadie va a creer en nuestra sopa. Y esto es ho­rrible cuando nuestra sopa es, por lo menos, tan sustanciosa como las de­más. Hoy cualquier sinceridad nece­sita de su humo. De sus humos. Sin su poquito de énfasis, la misma mo­destia está perdida.