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Otra voz de alarma: la de Konrad Lorenz. Profesor del Instituto de Fisiología del Comportamiento, Konrad Lorenz acaba de recibir el Premio Nobel de Medicina. Para él, la Humanidad —como especie— está dominada ahora de ocho pecados mortales. "Civilized Man's Eight Mortal Sin" se titula el libro en el que el sabio analiza los males de nuestra civilización. Males, a los que la Civilización misma tiene que buscar remedio. Pero ¿cómo? No he leído el libro; sin embargo, a través de resúmenes en revistas y publicaciones, se infiere que, para el eminente biólogo, apenas es posible otra metodología, si se quieren quitar o curar estos pecados, que la del regreso. Quizás hemos avanzado demasiado o lo hemos hecho sin orden e incontroladamente. Lo malo no es que haya más gente en el mundo y que los comensales seamos muchos más, sino que la agresividad humana se acrecienta. A codazos o a tiro limpio, zancadilleando al prójimo, los desaprensivos, los violentos, se colocan a la cabeza. Por eso se dice tanto lo de: "¿Adónde vamos a parar?"
Precisamente es que no paramos. Sería necesario un "alto", pero falta quien lo ordene o falta autoridad en quien lo ordena. Ojalá que, por ejemplo, los peligros de contaminación fuesen ilusorios. Alguna vez, al ver que no encuentra uno un periódico o revista que deje de traer artículos, reportajes y estadísticas sobre el tema, pensé que la contaminación podría ser un recurso socorrido para el escritor. Pero no. La gravedad en este caso no es pintada: se respira y se palpa. Lorenz predica un regreso, una vuelta atrás, en los procesos crecientes de industrialización, de tecnificación. Pero nadie adopta en la práctica la iniciativa de volver atrás. Todos preferiríamos decir: Vuelva usted primero. Dice el profesor Lorenz que tecnología y farmacología nos están embotando la conciencia. Realmente la vida —la vida total— se nos torna incómoda por exceso de comodidades. La rapidez y la abundancia de vehículos ¿no están terminando con el placer del viaje? ¡Qué renta de ideas le sacaban Cervantes, Santa Teresa o... Torres Villarroel —y más recientemente en España el atrabiliario Ciro Bayo— a sus viajes a pie! Pero ¿quién regresa a esto? ¿Quién, hoy, tiene tiempo para sentarse junto a un árbol del otoño? Pienso que la buena gastronomía no ha aumentado el placer de la mesa. La úlcera-—enfermedad muy civilizada— es, en la mayoría de los casos, producto de la buena mesa. Y sin la salsa del hambre, ¿qué hará la cocina? Sin embargo, nadie se atreve; nadie se atreve ya a tener hambre un solo día. Nadie nos atrevemos a la audacia: No voy a comer hoy, a ver qué pasa. No pasaría nada. Al contrario. Los calendarios de hace nada más veinte años estaban llenos de días marcados con la anotación de "ayuno" y de "ayuno y abstinencia". Eran tiempos de más rigor y, por tanto, de menos hipertensiones, infartos y cirrosis hepáticas. ¿Se aventura alguien a regresar a aquello? También el exceso de fármacos es, en la actualidad, comodísimo. La gripe dura unas horas y el simple dolor de cabeza apenas unos minutos. Esto es estupendo, pero nos está incapacitando, seguramente, para sentir el gozo cuando llega. Porque —lo señala el profesor Lorenz— "la capacidad de sentir alegría, heroicidad o entusiasmo ha quedado prácticamente destruida; las grandes alegrías de la vida rara vez se producen sin dolores de parto". Ya mucho antes que Lorenz, el conde de Keyserling, que era un insigne debelador de los progresismos a ultranza, pensaba que el exceso de cuidados para el cuerpo y la obsesión de la propia salud constituyen el mejor expediente hacia las neuropatías y el aburrimiento. Sentía Keyserling que la enfermedad no es una "equivocación" del organismo"; que es tan natural como la salud misma. Añadía: "No hay imperativo más nefasto que aquel que ordena estar sano. Y este mismo imperativo se hace obsceno cuando se transforma en el de que es una obligación moral ser perpetuamente joven".
Pero Lorenz, hostil al abuso de la técnica y de la farmacopea, opina que otro pecado de la Civilización y otra causa de envilecimiento para la especie es la quiebra de los valores tradicionales. Porque, aun sin salirse del plano biológico y sin apelar a valores trascendentes, observa que la genética no dispone de recursos para producir ideales y fervores que sustituyan a los derogados. Además, un hombre sin costumbres es como un caracol sin concha. Yo pienso, reflexionando en esto, que las renovaciones suelen venir solas: que las primaveras no se predican ni se programan. Y que la rotura de la buena loza puede producirse en cualquier instante. Parece, pues, que lo que hay que preparar es la conservación y no la rotura. Son las tradiciones las que nos aseguran —por paradójico que resulte— el porvenir. Sin confundir tradiciones con inmovilismos.
¿Denuncia Konrad Lorenz, también, la "propensión al adoctrinamiento" que sufre la Humanidad sujeta al lavado de cerebro de las propagandas? Por supuesto, el Premio Nobel señala el hecho como uno de los pecados capitales de nuestra Civilización. Y en este aspecto preconiza igualmente un regreso.
Pero ¡qué difícil! Hace falta mucho coraje para regresar. Si usted, lector, o yo, nos sustraemos un poco y nos hacemos los rezagados; si nos decidimos a comprar menos cosas, a usar menos máquinas, a tomar menos copas, a pasear por el campo en lugar de sacar billete para el avión; a abrir uno de los libros de ayer, junto al libro y la revista de hoy; a aguantar un rato la jaqueca sin recurrir al analgésico; a renunciar a la agresividad del codazo, rodeados como estamos de codazos... si hacemos, digo, todas estas cosas, ¿qué va a pasar?
¡Ah!, pues no va a pasar nada. De momento habrá que soportar una vez más la frase de "que el progreso es irreversible" y que hay que ir adelante sea como sea. Pero tampoco es verdad que nada —nada— sea irreversible. Ni en la misma Biología, a pesar de la evolución y todo. Hace algún tiempo Louis Jacot indicaba el caso de la ballena, que "después de haber experimentado la máxima evolución de los animales terrestres, retorna a la vida marina, donde evoluciona de nuevo".
No se trata de una invitación para imitar a la ballena. Pero sí es ocasión de recordar que nunca es tarde para volverse atrás, por gigantesco y descomunal que resulte el avance. Es cierto que la anatomía y la fisiología de nuestra Civilización han alcanzado logros sorprendentes. Pero si, como señala Konrad Lorenz, "es previsible que habrá un colapso muy pronto" y que el colapso se producirá precisamente a causa de la desmesura de esos logros, será preferible desandar algo de lo andado. Será preferible a morir.
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