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ESTA SED QUE ES NUESTRO ORNATO»

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 23 de marzo de 1974 (Pensamiento y opinión)

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A veces se oye hablar de la "solidez mental" de tal o cual pensador, o político, o sabio. Siendo especies tan diferen­tes, por lo general, el político o el filósofo, no es raro ver aplicado el mismo encomio —e1 de ponderar su solidez de pensa­miento— a uno y a otro. Pero yo encuentro que el elogio de una "solidez", sea cual fuere, empieza a ser poco oportuno. Porque si se quiere destacar que en el sabio no hay vacíos ni lagunas y que todo en él es trabadísima cohesión —y por eso, analógicamente, se atribu­ye a su mente una cualidad física: solidez— habría que contestar que la nueva física ha descubierto, ha­ce ya cerca de un siglo, que un cuerpo sólido está en última instan­cia compuesto de átomos. Pero en cualquier átomo la proporción de masa y vacío es descomunal. Los núcleos atómicos —enseña Kein­ger— tienen dimensiones de una diezbillonésima de centímetro mien­tras que el átomo, todo entero, tiene como medida una cienmillo­nésima de centímetro; es decir, el núcleo es tan sólo la cienmillonési­ma del átomo. Y entonces, según esto, resulta que entre el núcleo y los electrones y los demás elementos atómicos hay distancias compara­bles, proporcionalmente, a las exis­tentes entre las estrellas de una ga­laxia. Es decir, "dentro" de un cuer­po sólido, sea cual fuere, predomi­nan abrumadoramente los espacios vacíos.
Keinger, con propósito di­vulgador, ha aclarado que toda la masa real del Universo cabría en una cucharilla de café. Y todo lo demás no es sino impulso, tensión, energía, fuerza.

Así es que la materia, lo que se dice la materia, es muy poca cosa'. Realmente los llamados sólidos no pasan de ser apariencias fenoméni­cas. Y por grande que sea su de­clarado peso y su reconocido volu­men y su proclamada densidad, es­tán —para entendernos de alguna manera— huecos. Es que la masa —que dio categoría a la materia— se ha volatilizado en la física ac­tual. Está como destronada porque, se le ha visto el engaño. Y en su lugar se ha alzado la energía. Y, entonces, si la solidez es un mito derrotado aun en el campo de la física, ¿cómo vamos a poder con­ceder beligerancia a las "mentes sólidas"? Puestos al análisis, los en­cadenamientos lógicos que forman una idea, ¿qué serían sino fragmen­tos infinitesimales de razón flotan­do en el vacío?

Pero quizá los poetas se resis­tieron siempre a tolerar que les di­jesen que su pensamiento era só­lido. Intuían que eso no podría ser. Creyeron siempre más en la ten­sión del espíritu que en un alma constituida a base de coherencias idóneas para el recuento. Rainer M. Rilke, grita al poeta que lleva dentro: "¿De dónde tu derecho a la verdad bajo aquella máscara?" Y es que, estorbado por verdades me­nores —por certezas recortables, verificables, científicas— el místico (que eso es en el último fondo Ril­ke) ve cómo la Verdad mayor, con mayúscula, puede resbalar entre los dedos, cuando todo se sacrifica a una solidez satisfecha y autosuficiente.

En el auténtico hombre espiritual, gana siempre el "pneuma". La so­lidez es un disfraz. En lo hondo del hombre, la verdad es el deseo, el ansia, el suspiro. Pero deseos y sus­piros no se pesan, miden ni cuen­tan. Son "energías" y no "masas". La gente quiere rellenar de mate­ria engañosa estos vacíos hechos pa­ra más altos destinos. Resulta que la física actual da la razón a quie­nes dijeron que el "materialismo" es una ambición basada en una mentira. En el hombre está —y ello es lo principal— la sed. Se pre­gunta el mismo Rainer M. Rilke:

—Mira, ¿y si sobreelevásemos es­ta sed que es nuestro ornato sin procurar apagarla?

La sed como ornato, como añadi­dura del hombre. Pero una añadi­dura que da belleza a la existen­cia. Y explicación a todos los apa­rentes absurdos. Es lo que hay que hacer comprender a todo el mun­do. Es lo que debe penetrar en la mollera de esos hombres de solidez mental, empachosamente rellenos de un cientifismo —que no de una ciencia— repleto de astronómicos vacíos.

—¿Y eso cómo me lo demuestra usted?

—Eso no se demuestra; eso no se ve desde afuera como una fa­chada.

—¡Entonces!

—Bergson pensaba que no se ex­plica al círculo mediante la cir­cunferencia, sino a la circunferen­cia desde el círculo. Desde dentro del misterio de la sed —porque la sed es el misterio, uno de los mis­terios del hombre—, el Universo —cuya masa cabría, dice Keinger, en una cucharilla de café—, tendría sentido. El vacío de la sed, en un juego tenso de energías, abre sitio a la Verdad.