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A veces se oye hablar de la "solidez mental" de tal o cual pensador, o político, o sabio. Siendo especies tan diferentes, por lo general, el político o el filósofo, no es raro ver aplicado el mismo encomio —e1 de ponderar su solidez de pensamiento— a uno y a otro. Pero yo encuentro que el elogio de una "solidez", sea cual fuere, empieza a ser poco oportuno. Porque si se quiere destacar que en el sabio no hay vacíos ni lagunas y que todo en él es trabadísima cohesión —y por eso, analógicamente, se atribuye a su mente una cualidad física: solidez— habría que contestar que la nueva física ha descubierto, hace ya cerca de un siglo, que un cuerpo sólido está en última instancia compuesto de átomos. Pero en cualquier átomo la proporción de masa y vacío es descomunal. Los núcleos atómicos —enseña Keinger— tienen dimensiones de una diezbillonésima de centímetro mientras que el átomo, todo entero, tiene como medida una cienmillonésima de centímetro; es decir, el núcleo es tan sólo la cienmillonésima del átomo. Y entonces, según esto, resulta que entre el núcleo y los electrones y los demás elementos atómicos hay distancias comparables, proporcionalmente, a las existentes entre las estrellas de una galaxia. Es decir, "dentro" de un cuerpo sólido, sea cual fuere, predominan abrumadoramente los espacios vacíos.
Keinger, con propósito divulgador, ha aclarado que toda la masa real del Universo cabría en una cucharilla de café. Y todo lo demás no es sino impulso, tensión, energía, fuerza.
Así es que la materia, lo que se dice la materia, es muy poca cosa'. Realmente los llamados sólidos no pasan de ser apariencias fenoménicas. Y por grande que sea su declarado peso y su reconocido volumen y su proclamada densidad, están —para entendernos de alguna manera— huecos. Es que la masa —que dio categoría a la materia— se ha volatilizado en la física actual. Está como destronada porque, se le ha visto el engaño. Y en su lugar se ha alzado la energía. Y, entonces, si la solidez es un mito derrotado aun en el campo de la física, ¿cómo vamos a poder conceder beligerancia a las "mentes sólidas"? Puestos al análisis, los encadenamientos lógicos que forman una idea, ¿qué serían sino fragmentos infinitesimales de razón flotando en el vacío?
Pero quizá los poetas se resistieron siempre a tolerar que les dijesen que su pensamiento era sólido. Intuían que eso no podría ser. Creyeron siempre más en la tensión del espíritu que en un alma constituida a base de coherencias idóneas para el recuento. Rainer M. Rilke, grita al poeta que lleva dentro: "¿De dónde tu derecho a la verdad bajo aquella máscara?" Y es que, estorbado por verdades menores —por certezas recortables, verificables, científicas— el místico (que eso es en el último fondo Rilke) ve cómo la Verdad mayor, con mayúscula, puede resbalar entre los dedos, cuando todo se sacrifica a una solidez satisfecha y autosuficiente.
En el auténtico hombre espiritual, gana siempre el "pneuma". La solidez es un disfraz. En lo hondo del hombre, la verdad es el deseo, el ansia, el suspiro. Pero deseos y suspiros no se pesan, miden ni cuentan. Son "energías" y no "masas". La gente quiere rellenar de materia engañosa estos vacíos hechos para más altos destinos. Resulta que la física actual da la razón a quienes dijeron que el "materialismo" es una ambición basada en una mentira. En el hombre está —y ello es lo principal— la sed. Se pregunta el mismo Rainer M. Rilke:
—Mira, ¿y si sobreelevásemos esta sed que es nuestro ornato sin procurar apagarla?
La sed como ornato, como añadidura del hombre. Pero una añadidura que da belleza a la existencia. Y explicación a todos los aparentes absurdos. Es lo que hay que hacer comprender a todo el mundo. Es lo que debe penetrar en la mollera de esos hombres de solidez mental, empachosamente rellenos de un cientifismo —que no de una ciencia— repleto de astronómicos vacíos.
—¿Y eso cómo me lo demuestra usted?
—Eso no se demuestra; eso no se ve desde afuera como una fachada.
—¡Entonces!
—Bergson pensaba que no se explica al círculo mediante la circunferencia, sino a la circunferencia desde el círculo. Desde dentro del misterio de la sed —porque la sed es el misterio, uno de los misterios del hombre—, el Universo —cuya masa cabría, dice Keinger, en una cucharilla de café—, tendría sentido. El vacío de la sed, en un juego tenso de energías, abre sitio a la Verdad.
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