Revista Vbeda Revista Ibiut Revista Gavellar Diario La Provincia Semanario Vida Nueva Revista Don Lope de Sosa
Nuestra web sólo almacenará en su ordenador una cookie.<br>
Cookies de terceros.Por el momento, al utilizar el servicio Analytics,  Google, puede almacenar cookies que serán 
procesadas  en los términos fijados en la Web Google.com. En breve intentaremos evitar esta situación.
Revista Códice Redonda de Miradores Artículos Peal de Becerro. Revista anual Fototeca Aviso
y más: En voz alta Club de Lectura Saudar.es Con otra voz En torno a la palabra

Úbeda

Guía histórico artística de Úbeda. En las mejores librerías. Pulse para conocer las fuentes que nos avalan


Quizás la mejor Guía de Úbeda.

 
    

LOS POETAS Y TOMÁS DE KEMPIS

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 29 de mayo de 1974 (Pensamiento y opinión)

Volver

        

Decía Oscar Wilde que "los cigarrillos poseen cuando menos la magia de dejar­nos insatisfechos". Todo el mundo se ayuda o se ha ayuda­do alguna vez con el tabaco. Pe­ro, ¿qué es lo que ayuda el fumeteo? ¿Es cirineo el cigarro de la paciencia o de la impaciencia? La vida es tan extraña que, a veces, la paciencia —aunque sea la pro­pia— desespera, mientras que, en ocasiones, la impaciencia tonifica los nervios. No hay reglas genera­les. Cuando yo fumaba creía todas las mentiras que se escriben a fa­vor del tabaco. Ahora que no fu­mo creo en todas las mentiras que se dicen en contra. Pero de todas formas lo que escribe Wilde es cierto en un punto. La vida es pre­caria y difícil: se apoyan nuestras alegrías y nuestras penas en cual­quier cosa. Todo tinglado de gozo o de pena se monta fácilmente y con tanta premura como luego se desmonta. Hay, pues, en todo hom­bre motivos sobrados para la in­satisfacción. Entonces, los cigarri­llos "acompañan", con rúbricas de humo que se ciernen sobre la pos­tura, el gesto y la mímica del fu­mador, las frágiles arquitecturas de la ilusión y los tristes derribos del desengaño. Y de una u otra forma, contento, lo que se dice sa­tisfecho, no está nadie. Y el ciga­rrillo oficia de batuta, en los "presto", en los "crescendo", en los "allegro", en los "adaggio" de la sinfonía inacabada del vivir. Yo ya no fumo. Toso menos, digiero mejor, duermo más tranquilo. Lo voy diciendo a todos por ahí. Cualquier ex fumador habla y no para, encomiando la satisfacción que produce el no fumar. Pero se tra­ta de una satisfacción que se ciñe exclusivamente al simple hecho de haber dejado el tabaco. Y como las otras insatisfacciones continúan ahí, como las demás desazones si­guen su erosión y su oficio, se pro­duce como una especie de descompensación psicológica. Cierto, que el hábito de no fumar desde hace tres años y pico me ha vuelto más tranquilo. Pero falta por saber si hay derecho a esta tranquilidad y sedancia más bien fisiológica cuan­do mientras, por dentro, más allá de los bronquios y del corazón —es decir, en el espíritu— no cesa el tosiqueo de esa urgente e inalie­nable zozobra a la que llamamos vida. Fumando o no, la existencia terrena es radical insatisfacción: es un deseo insaciable. El ansia del tabaco es como el báculo del ansia grande e inevitable. Pero ¡qué más da! La cojera es un hecho con bastón o sin él. (Así es que, ¿no se debe fumar? Claro, claro: es me­jor no fumar, ¡no fume! Pero lue­go, luego, será igual).

Constitucionalmente insatisfechos nos derramamos en nostalgias, en temores, en recuerdos, en ilusiones. Siempre un ¡ay! para el ayer (¿"ayer", viene de "ay"?). Y un "ah" para el mañana. El caso es que el presente, sin apoyatura, ca­rece de entidad. Y cuando comien­za a ser de verdad, ¿no es porque se ha ido? Esto da pena y cuando menos se piensa el fumador enciende su cigarrillo. No le sirve. Tampoco le sirve al no fumador no encenderlo. Radicalmente insatis­fecha, el alma siente su coraje sin arrimo. "¡Oh, gran violeta derra­mada", suspira Pablo Neruda. Por­que nos trae el poeta su pensa­miento: "¿Dónde está el amor muerto? El amor, e1 amor, ¿dón­de va a morir?"

Ideas. Ideas —quizá— como otros tantos cigarrillos para ayu­dar nuestra insatisfacción. Para estimularla con el pretexto de, mo­mentáneamente, calmarla. Ideas con cafeína e ideas con aspirina. Y el ansia sigue adentro. El ansia multiforme que una vez brama, y otra trina, y otra grazna y otra aúlla. El ansia —la inquietud— que quiere conocer y no se conoce a sí misma. El ansia, como el fumador, constantemente coronada de humo.

Y estas ideas que enciendes pa­ra convertirlas en sentimientos, co­mo enciendes el tabaco para ha­cer fuego y humo, ¿sirve de ver­dad? Renato Mendonça, el poeta brasileño, dice: "Mis ideas abs­tractas, de tanto tocarlas se han vuelto concretas".

Es otra desilusión, otra... insa­tisfacción. Volaban inaprehensibles, ligeras, las castas ideas, hendien­do el azul. Pero el frío análisis las abate. Y caen concretas, para el manoseo y el manejo, desde el pu­ro cielo de la filosofía al triste sue­lo de la especulación, asaetadas para la utilización voraz e inme­diata.

¿Otro cigarrillo y, ahora, para mitigar el desengaño? ¡Bah! Que cada cual se impaciente con su pa­ciencia o que apaciente su impa­ciencia. Que tome su aspirina o que ingiera su cafeína. Renato Mendonça, que empezó en la fi­losofía del absurdo, consiste en que, ya en la costa del continente cristiano, reposta y toma carga­mento en Tomás de Kempis. Men­donça se ilumina de Esperanza: "¿Cuándo nos aproximaremos en fervor a nuestra esencia?" Qui­zá todas las ideas-cigarrillo que ingerimos a diario —que parecen estímulos y luego son humo— nos desazonan después de aquietarnos o nos aquietan después de desazo­narnos, precisamente porque no nos aproximan "en fervor a nuestra esencia". El pecado de nues­tro siglo es que quiere escamotear las verdades esenciales, entre las flores o... entre, el barro. Pero las esencias existen. "Un día abando­naremos la pasta inútil y decora­tiva de nuestro ser", insiste Men­donça que parece como si tradu­jera en algunos de sus versos a los pasajes del autor de la "Imita­ción". "¿Cómo podré sufrirme en esta miserable vida si no me confortase tu gracia y tu misericor­dia?" Pero este dramatismo, ilumi­nado de Esperanza, de Tomás de Kempis, no es una solución exclu­sivamente medieval. Jaspers ya ahora, en nuestra actualidad, pien­sa con horror en "la masa de los que no piensan, preparando de manera inconsciente la victoria del coloso del nihilismo". Ahora bien; el triunfo del "coloso del nihilis­mo" sería la pura disolución. El contrapunto está en Tomás de Kempis o en Juan de la Cruz que, aun cuando predican una "nada" o una "ausencia", es pensando en un "absoluto" y en una "pleni­tud". Nada más así cabe una res­puesta a la pregunta melancólica de Neruda: "¿Dónde está el amor muerto? El amor, ¿dónde va a morir?"