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CÁMARA LENTA

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 24 de julio de 1974 (Pensamiento y opinión)

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La televisión reprodujo con reiteración, en cámara lenta, el segundo gol de la final del campeonato que dio el triunfo a la Alemania Fe­deral. Era curioso. Visto así, el por­tero daba la impresión de que se lucía en un pase de muleta al ba­lón. Su postura, con la cabeza inclinada y el cuerpo girando lenta­mente, como si se deleitara en la suerte, recordaba esos naturales que despiertan los "olés" en los tendidos. Pero lo que entraba bajo los postes hasta la red no era un toro: era una pelota. Y la morosa pereza del gol televisado en cá­mara lenta no era sino la versión de un tiro rapidísimo producido en un abrir y cerrar de ojos.

Es muy divertido esto. La cáma­ra lenta amplía la visión del tiem­po, como el microscopio agranda la de los objetos. ¿Hay milésimas de milímetro? Sí. Y en la pata de un mosquito hay un potentísimo juego de musculatura, quizá tan sensacional como en la pierna de Cruif (no sé si se escribe Cruif, o Croif, o cómo). Pero nuestra vi­sión se acomoda a la dimensión de la pierna del futbolista y no a la de la pata del insecto. Algo seme­jante ocurre con el tiempo. ¿Hay centésimas de segundo? Claro que las hay. Lo que sucede es que, normalmente, nuestra organización biológica, regida por los latidos de) corazón, es roma en cuanto a la percepción de los espacios minús­culos de tiempo se refiere. Hace falta echar mano de la cámara lenta para poder darse cuenta de lo que cabe en un santiamén. ¡Qué espectacular si, a cámara lenta, pudiéramos también reproducir, en sus últimos e íntimos movimientos psicológicos, el tiempo de un grito de pánico o el de un súbito ins­tante de dicha! Un instante, ¿qué es un instante? Pensamos que el júbilo o el miedo se presentan en un momento. ¡Qué emoción si pu­diéramos ver dentro —hondo— en el momento que hace afluir la san­gre al rostro y la chispa ilumina­da a los ojos, o la arruga a la frente, o la exaltación a los ten­sores del cuello crispado! ¿Acaso esas alteraciones de la mirada, del color del rostro, de la postura, no necesitan una complicadísima pre­paración biológica? De verdad, se­ría subyugante observar, en lenti­tud, la descarga de adrenalina que en una décima de segundo da un latigazo —semejante a un gol del fútbol— al partido que continua­mente juegan el psiquismo y la fi­siología de cada uno. Y entre un sístole y un diástole, Dios mio, ¿quién mide el tiempo y quién cuenta la vida?

Pero no podremos ver por den­tro y ensanchado un segundo de nuestras emociones, como vemos, en cámara lenta, dilatado basta lo inverosímil, el gol de un Osasuna o la zancadilla de un defensa del Rayo Vallecano. Es lástima que no exista una "moviola" que detecte minuciosamente el momento en el que se nos levanta un coraje, sur­ge una decisión o se produce el "sí" o el "no" de la libertad ante una opción cualquiera. La verdad es que nos juzgamos y juzgamos a los de­más con injusticia, muchas veces, al no disponer de una instrumen­tación capaz de registrar, en finos análisis, la multitud de motivos que concurren en un instante hacia la inducción del delito o del acto vir­tuoso. No hay laboratorios para eso.

—Oiga, cámara: Vamos a repe­tir, en giro lentísimo, el pecado de don Felipe. Realmente, ¿fue o no fue pecado? Muy despacio, muy des­pacio... Gradúe la responsabilidad de don Felipe en ese momento. Mi­da el cúmulo de influencias conco­mitantes, valore con precisión las causas, las concausas, las inhibi­ciones, los estímulos, los recuerdos que han colaborado a su acto de violencia, es decir, al puntapié tan­gible y visible que acaba de dar a don Marcelo. No nos equivoquemos. Ese puntapié, ¿era libre o era obli­gado? Despacio, muy despacio, por favor.

—Paciencia, cámara, paciencia. Hay que repetir. No está del todo claro el "off-side" amoroso de Ursulita. Ciertamente fue un instante de "desliz". Pero puede caber mu­cha ingenuidad en un desliz. Tam­bién en un desliz cabe mucha fres­cura o mucha cara dura, que viene a ser lo mismo. Puede ser una cosa o puede ser otra. Hay que discri­minar, hay que ver claro dentro de ese momento del desliz. ¿Qué ríos —de agua limpia o de agua turbia— han concurrido a esa des­embocadura? Y ¿se trata nada más de una desembocadura o de un delta pantanoso? Cuidado al juz­gar. Despacio, despacio. Análisis microscopio, cámara lenta. Aten­ción, hasta el milímetro y hasta la décima de segundo, al "fuera de juego" de Ursulita.

Y así sucesivamente. Con técni­cas de laboratorio, aún por inven­tar, sería útil comprobar la mora­lidad o la inmoralidad que cabe en un momento de la vida de un hom­bre Aunque surge la duda. Inqui­riendo mucho, a lo mejor nos ar­mábamos más lío. Dice García Lorca en "Poeta en Nueva York": "He visto que las cosas cuando bus­can su curso encuentran su vacío. Hay un dolor de huecos por el aire sin gente".

El consuelo —el único quizás ­es que existe un justo tasador de nuestro tiempo. Él sí sabe lo que cabe en cualquiera de nuestros ins­tante. ¿Qué hará Él con el dolor de nuestros huecos? Ya que, real­mente, todos nuestros males en nuestros huecos tienen su origen. Nos enseña la Física moderna que el espacio vacío en el seno de los átomos —entre núcleo y electrones— es semejante al vacío existente en las nebulosas, entre astro y astro. La materia, como tal, está vacía. Hoy ya, declararse materialista no sirve. Declararse materialista es declararse "masticador de aire". O licenciado en huecos.