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ÚNICOS O UNIDOS?

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 8 de junio de 1975 (Pensamiento y opinión)

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Hace poco, un político surafricano hablaba en televisión del "partido uni­do" que va a fundar en su país. Todos los hombres, en el fondo, si nos deja­sen y pudiésemos y supiésemos, nos declararíamos cabeza de partido... Sin embargo, todos los hombres, hablamos sin cesar, a destajo, de la unión. Y aquí está el drama. De la reconciliación de estos dos tér­minos opuestos, "partido" y "unión", depende la política, y depende la sociedad y depende el hombre. El "partido unido" que quiere fundar el surafricano es un poco la cuadratura del círculo. Otros quieren el "partido único". ¿Qué diferencia hay entre el partido único y el partido unido? El partido —sea cual fuere y al nivel que se considerare— implica que se ha deshecho una unidad. Tanto si yo digo que pertenezco al partido demócrata, como si de­claro que me han "partido por el eje", como si aspiro a "sacar partido" de una situación, existe de por medio la consideración de que algo o alguien se ha roto, se ha astillado. Esto es lamentable y, por eso, enseguida, como con­trapunto, después de haber hablado del partido o de lo partido, apelo al remiendo de la unión. Y quiero unir a los partidos para la política, o deseo que mi partido sea tan bueno que puede reclamar el derecho de ser único; o, si no, al menos, ya que no pueda ser único, quiero para él la calidad de unido. Es decir, ansío que de la astilla no se hagan astillas y que el parti­do no se divida en partidos y sub-partidos. Igual, si me han partido por el eje, ¿no re­compondré en mi ánimo todas mis fuerzas dis­persas con el fin de procurarme un nuevo eje que me haga consciente de esa unidad conmi­go mismo que se me hizo trizas? En cuanto al sacar partido de algo, implica que dado el des­ajuste, la confusión, la descomposición o la re­volución en cualquier plano de la vida (sea para bien o para mal), usted y yo, parece como si nos considerásemos obligados a aprovechar el momento para obtener —para sacar— de la realidad nuestro botín. Y con el botín contri­buir al allegamiento de ese "yo" dividido o escaso que somos.

Lector, esto no son gramatiquerías. Ni esto son eutrapelias. Realmente, la verdad es que esto es terrible. Psicológicamente el "yo" es tam­bién el "partido único" que, sabiéndose parte del mundo, lucha no obstante por oponerse al mundo. También el "yo" es el "partido unido" porque se conoce como un agregado (o una su­ma) de vivencias, sensaciones, impulsos, proyectos, memorias e ideas dispersas que quere­mos unir bajo la férula unitaria de eso que llamamos personalidad. "Partido unido" y "partido único", cada hombre, al mismo tiempo, está abocado ineludiblemente a enfrentarse con los "partidos únicos" y con los "partidos uni­dos" que cada semejante representa... O sea, está el conflicto de dentro —el íntimo— para reducir en los planos del pensamiento y de la conducta, la pululación de elementos disconti­nuos y heterogéneos de que somos formados. Pero luego está el conflicto externo que enfren­ta el pluralismo de nuestro ser con los plura­lismos ajenos. Tenemos guerra interna y exte­rior; somos frontera con nosotros y con los otros. Nos partimos por dentro y nos aguarda afuera otra división. No acertamos a ensamblar nuestras piezas y se nos reclama, empero, el ensamblaje con los "picos" con que quienes nos rodean nos amenazan. Estamos partidos, somos partido y buscamos sacar partido. Y como com­pensación a tanto "partidismo", perseguimos con ahínco la unidad, lo único y lo unido. Es necesario y es... desesperante. Yo creo que todo esto es una inmensa "orogenia" que dota de montañas y de arrugas al hombre y a la His­toria: que da a la sociedad su conformación agreste e inevitablemente nada llana. El hombre es descomunal porque nace con un propósito de entenderse a sí mismo y se encuentra con un maremagnun de tendencias, instintos, emocio­nes y razones que no quieren someterse natu­ralmente al yugo ni se doblegan a convertirse en haz. La sociedad es tremendamente conflictiva porque el hombre necesita del otro por su superficie, y necesita de si mismo en profundi­dad y por arriba necesita de Dios. Pero luego el hombre no atina en el momento de conciliar sus intereses y de poner de acuerdo sus necesi­dades. La persona humana es pluridimensional, pero cuando está en una dimensión olvida las demás. El hombre es un ser extraño, dificilísimo, que jamás termina de acostumbrarse a su ín­dole, a su paradoja, a su talante. Ente partido que aspira a la unidad, vive en medio de la so­ciedad, entidad dividida cuyo propósito y pro­yecto es la integración. Es, sí, pavorosamente contradictorio el hombre. Fermentado en ansias de eternidad, vive "condenado" a la Historia, hecha de tiempo y de sucesos en el tiempo: fungible, versátil y efímera.

Seamos sinceros. Todo hombre es "partido único" por dentro, es un "fascista" de espíritu que se camufla en deseos, retóricos o sinceros, de armonía. Todo hombre es partido avivado por lumbres egoístas y exclusivistas, que teme partirse, dividirse aún más de lo que está y por eso, racionalmente, lógicamente, entabla el recurso hacia una comprensión, un amor y una integración, primero consigo y luego con el resto. Noble ansia y alto proyecto. Pero difícil, muy difícil. La tendencia a la disgregación —por den­tro y por fuera— cristaliza en rebeldías. Si vamos a decir verdad, lo natural es esto. Lo otro, lo de la unidad, lo de la armonía con lo que rodea, es atributo de Dios. La unidad es cosa de Dios. Y nada más puede reducirnos a nosotros mismos haciendo que cada cual sea quien es. Pero la empresa de encontrarse a sí y de encontrar a los otros, es verdaderamente dramática porque ha de efectuarse a través del plural, opuesto, vario, dislocado y descolo­cado mundo. Y la tentación de lo "único" combate la aspiración de lo "unido". Y todos "partidarios" de la "unidad", no cesamos de partir al mundo. Contumaces tablejeros de las palabras, de la lógica y del amor.