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SOBRE EDUCACIÓN

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 25 de mayo de 1976

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En algunos lugares —hablamos, por supuesto, de España— se están produciendo extrañas ac­titudes, raros movimientos (más bien sordos) en que se encubre o se presenta matizado un ataque a la enseñanza de la Religión en los centros docentes, más concretamente en Institutos de Enseñanza Media. No es una novedad en nuestra Patria, pe­ro parece nueva la táctica. Hay un antiguo recuerdo memorable... Don Manuel Azaña, en el Parlamento de la II República, haciéndose portavoz de confluyentes proyectos de laicización —uno de ellos el de la Enseñanza—, afirmó, por su cuenta, que "España ha­bía dejado de ser católica". Fue una frase que trajo mucho rastro. Preci­samente don José María Gil Robles encarnó entonces la capitanía de una colosal contraofensiva frente a un empeño descatolizador que terminó por morder el polvo de su derrota. Pe­ro lo de ahora es distinto.

Tenía perfil, cuerpo y forma el idea­rio irreligioso de muchos de los hom­bres de la II República Española. Yo diría, inclusive, que por su patente formulación, era, en bastantes de sus paladines, honesto. Se quería quitar el crucifijo de las escuelas y se decía clarísimamente. Estimaban que la supre­sión de la Religión en los planes de Enseñanza era un "buen paso" para la implantación de unos principios, y fueron verticalmente a la cuestión, sin tapujos y sin equívocos. Repugna­ba aquello a la inmensa mayoría de los españoles —porque España, a pe­sar de las apreciaciones del cáustico señor Azaña seguía siendo católica,— y la respuesta, la contestación, la reac­ción, no se dejaron esperar. Pero —lo repito— aquello fue otra cosa.

Hoy el ataque, fraguado en mino­rías no silenciosas, sino sigilosas, tie­ne un matiz probablemente más pe­ligroso. Porque es poco reconocible. Como se trata, salvo excepciones, de maniobras confusas, apenas se per­cibe (aunque se supone) donde está la cabeza y dónde los flancos y dón­de la cola del extraño "bicho". Le gustaban a don Eugenio D'Ors las co­sas con bulto en las que podía discer­nirse la "figura". Decía que era acep­table un concepto cuando, de una u otra manera, podía dibujarse. Lo ver­daderamente nocivo es, en realidad, lo que se insinúa sin declararse, lo que actúa sin contorno haciendo del disimulo una estrategia y del engaño un arte. No era así don Manuel Azaña, proponiendo desde la cabecera del ban­co azul, drásticas medidas en lo re­ligioso. Son así en cambio las fuer­zas que operan escurridizas y sin nombre, cuando se sirven de otras fuerzas más a la vista que, inocente­mente, en ciertos casos, resultan ins­trumentos de manipulaciones de ver­dad inadmisibles. Se sabe que, en la cuestión muy delicada a que aludi­mos, asociaciones familiares y profe­sionales del todo respetables han ser­vido de vehículo en aisladas ocasio­nes al contumaz afán de desmontar los sillares de una concepción cristia­na de la existencia inherente al ser y a la razón de ser de España. Es una pena porque, encubiertos así los pro­tagonistas de la operación, alguien en un "quid pro quo", pudiera trasto­car atribuyendo a tan honestas co­munidades propósitos e ideas que no les pertenecen.

Habría, sí, que dar el alerta, para "guía de perplejos" y prevención de cándidos. Por supuesto, la suspica­cia no puede llevarnos a creer que se esconden perfidias o proyectos inconfesados a la vuelta de cada esquina. Lo de "piensa bien y acertarás" es cierto, pero no obstante bueno es sa­ber que no habría engaños si los en­gañadores careciesen de antifaz. En el ataque difuso y profuso que su­fre la enseñanza de la Religión en los centros de docencia, apenas existen "declaraciones abiertas" que, en últi­ma instancia, podían ser respetables, sino actitudes sinuosas y pretextos que obsequian con un objetivo ame­no o deseable cuando lo que preten­den es bastantes veces opuesto a lo que preconizan.

Tanto los docentes como los padres de familia todos, si somos hombres de fe, tenemos que afianzarnos en la idea de que la Religión no es una asigna­tura, sino un estilo de vida. Y que la enseñanza cristiana no está en Insti­tutos y Escuelas como una "discipli­na" a la que se hizo un huequecito al lado de la gimnasia, para "relleno" en los horarios poco apretados. De tal for­ma que cuando el tiempo apremie o las circunstancias "así lo exijan", pue­da desalojarse a la Religión de su huequecito, como en odontología se extirpa una pieza dental cuando se monta sobre la aledaña. No. No, por­que los docentes y los padres de fami­lia, debemos saber que la física no es recambiable por la Biblia, ni la ense­ñanza del teorema de Pitágoras o del pricipio de Arquímedes pueden ceder o no ceder sitio (según el hu­mor y el tiempo) a la teoría de las verdades cristianas y a la práctica de la moral. No es la Religión un "de­talle" en el cuadro educativo: es el marco. Entonces, no serían válidas ra­zones como las del "agobio de materías" en el plan de estudios ,para ha­cer desaparecer una enseñanza que si se imparte y se recibe de manera auténtica, agiliza en lugar de estor­bar las tareas múltiples del educador y del educando. La enseñanza de la Religión constituye, al par, un fin y un medio. Las demás enseñanzas dan conocimientos necesarios. La educa­ción moral y cristiana ofrece sentido, dirección, clave y organicidad (cuan­do se administra genuinamente, re­pito) a todos los conocimientos. Por eso, si se quiere disminuir o quitar, o hacer opcional, o condicionar, a la enseñanza religiosa, no es porque se pretenda una mejor eficacia en el de­sarrollo de la jornada estudiantil o pedagógica; es, mucho ojo, porque precisamente no se cree en la ense­ñanza religiosa. Y dejémonos de sub­terfugios.

Pero la mayoría de los padres es­pañoles creen en la eficacia de la Re­ligión y si les preguntásemos uno a uno, así lo declararían. En cualquier caso, la ley tiene en cuenta las dis­crepancias y dispone que en los cen­tros se atienda el deseo de los padres que renuncian a la formación en la fe para sus hijos. Se hace ya así en todos los centros de España. Es muy justo. Lo que no se puede admitir de ninguna manera es que viniese el día en que, sin expediente alguno, sin diligencia formal de ninguna clase, apelando nada más, por ejemplo, a un pliego de firmas, pudiera llegarse el caso de centros que, de golpe o pau­latinamente, por insensibilidad reli­giosa o por capricho de los responsa­bles de la enseñanza, por inconscien­cia de los padres, por frivolidad de los alumnos, por moda o... por costumbre, eliminasen de sus proyectos y de sus actividades a la formación religiosa y moral.

Así pensamos los padres y los edu­cadores que sentimos la fe cristiana. Pero aún cuando fuésemos pocos los que de esta manera, meridianamente, nos expresamos, resulta indudable que nuestra Ley General de Educación, no considera el caso de la Religión en la Enseñanza como un simple exorno, pináculo o detalle de la fachada de la antes llamada "Instrucción Pública". Precisamente en su preámbulo y en su desarrollo, la Ley de la Educación en España, reconoce a la formación reli­giosa no un puesto o una "hornaci­na" sino un trazado más condicio­nante que condicionado. Y a la ley hay que atenerse. Y no se deroga el espíritu —no ya sólo la letra— de una Ley con peticiones ocasionales, con ambiguas apelaciones, con cómodos pretextos. Así es la táctica, absoluta­mente rechazable de las campañas que renunciando al ataque abierto, optan por la cubierta emboscada. Creen que es más eficaz este método y quizás, por desgracia, llevan razón.

Y, por eso, no puede uno callarse.