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PEGUY

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 7 de octubre de 1976

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A Peguy (1874-1914) se le considera como un precursor del socialismo cristiano. Pero su obra lírica y filosófica es de una calidad tal que su nombre y su prestigio no puede ceñir­se a los ensayos políticos. Él mismo entendió que todo está perdido "cuan­do la mística se degrada en política". Más importante, pues, es en Peguy la calidad de pensador genuinamente cristiano con trémolos de fervores metafísicos que él, a la luz de la Gracia (Peguy no deja jamás de aludir a la Gracia con mayúscula) convierte en sobrenaturales. Estimo muy interesan­te leer a Peguy ahora, precisamente ahora, cuando como ha dicho Pablo VI, "ha surgido la fórmula más o me­nos radical de la Iglesia sin". ¿Sin fe, sin esperanza teologal, sin confe­sión paladina de la Gracia y de su oponente el pecado, sin jerarquía, "sin verdadera y existencial religión"...?

Peguy no desacraliza ni desmitifica. No se deja llevar de ese afán histérico de algunos contemporáneos nuestros por acercarse a toda costa y a todo trapo a lo actual. Estas son palabras de Peguy: "El mundo moderno es el más opuesto a la salvación que jamás ha habido. Este mundo no tiene alma, es el primero en no tener alma". Por supuesto, el pensador poeta alude a su mundo, al finisecular. Pero es que su mundo es el pórtico del presente, del nuestro. Lo de ahora no es sino la consecuencia de unos planteamientos, de unas deserciones y de unas caren­cias espirituales denunciados hace tres cuartos de siglo por el autor de "Eve".

Lo pésimo que encontraba Peguy en el mundo moderno es su vejez. Y la vejez para él no es otra cosa que "la costumbre de lo temporal aban­donado a sí mismo". De ahí viene el automatismo y la muerte. Nuestra época procede, casi exclusivamente, por automatismos. La técnica ofrece máquinas perfectas; pero nuestra per­fección —la del hombre— debería ser otra. ¿Acaso no estamos obligados a la fatiga de buscar lo difícil y de abrir caminos distintos a los facilitados por la máquina? Para Peguy no hay otro remedio, otra redención, que la "per­petua juventud de los individuos fren­te al mundo". Quizás para el cristia­no no existe empresa más importante que el esfuerzo de inadaptación —digo inadaptación y no adaptación— al ambiente. Pero, ¿es que está mal he­cho o es malo el mundo creado por Dios? No, sino que su atmósfera se contaminó y su hálito, a veces, se hace insoportable. Nos garantizamos, adquirimos credencial de personal, si sabemos mantener el tipo frente a las vejeces de unos usos mundanos sin frescura. Nada tan opuesto el mundo creado por Dios como lo "mundano". Y hay otra juventud que supera a la biológica. Frente a la cosificación de una cultura de fórmulas, se impone la que otorga la Gracia. Dice Peguy: "Sin una presencia de lo eterno en lo temporal, la humanidad va derecha a la muerte".

¿Qué es la libertad para Peguy? ¿Es un códice de derechos políticos? "Mientras el hombre no está acostum­brado, mientras es nuevo y espiritualmente joven; la libertad se articula herméticamente con la Gracia", es­cribe. En su poema "Eve", da una explicación emocionada, impregnada de la mejor poesía, a las palabras transcritas. No es sino que, perdido el paraíso, "destituido el hombre", Eva, símbolo de la Humanidad, se es­fuerza en arreglar. En "arreglar per­petuamente nuestra casa".

"Y en eso podéis ver cuánto se jacta el hombre
cuando dice que baja y cuando dice que sube.
Es que ha medido mal la plana que es su vida
entre el punto de honor y el honor de vergüenza."

La libertad es la juventud del hom­bre no acostumbrado al uso mecánico del mundo; es el enfrentamiento de la limpia pureza de quien se sabe re­novado por Dios contra herrumbre co­tidiana. Entonces, estamos condena­dos a arreglar perpetuamente nuestra casa, estamos llamados a la acción sin descanso. Pero, ¡atención!, advierte Peguy que este arreglo no sea un sim­ple vocerío, ni quede en movimiento de ardilla que sube y baja. Porque el "hombre destituido" necesita ante to­do la conciencia de su precariedad. De ordinario, no sucede así; más bien, al contrario. "Eve", la Humanidad, se enfatua en la idea de que, por sí mis­ma, sin ayuda, va a hacerlo todo muy bien. "Mujer —dice Jesús a Eve en el poema que comento—, serás capaz de arreglar a Dios mismo". ¡Qué cier­to! Recordemos a esa pléyade de humanistas más o menos ateos, más o menos cristianos, metidos en la tarea de entregar a las "generaciones futu­ras" un nuevo concepto de Dios.

Peguy ironiza con valentía y suti­leza, con amargo humorismo, acerca de las enmiendas y remiendos que la Civilización quiere hacer al hombre prescindiendo de Dios. Peguy, con ese sentido escatológico que no puede fal­tar en ningún cristiano auténtico, apela al último día. Y esculpe esta bella estrofa:

"Cuando el hombre se hunda en la noche solemne
todo aturdido aún de estar de vuelta
todo turbado al Verse tan pobre, tan desnudo
…………………………………….
…………………………………….
Y cuando se introduzcan por la vieja poterna
¿habréis vuelto a hallar para estos pobres golfillos,
para estos veteranos y para estos reclutas,
para alumbrar sus pasos una vieja linterna?”

Sí; Peguy fue el precursor de un socialismo cristiano, por supuesto muy emparentado con el Evangelio y com­pletamente ajeno al marxismo. Peguy pugnaba por una justicia en lo social porque a ella estamos comprometidos cuantos creemos en su Palabra. Pero Peguy no era un horizontalista y no "emplazaba" al Señor para que su Reino se verificara de una manera urgente y absoluta acá abajo. Peguy, respecto a esto, no podía hacerse de­masiadas ilusiones porque estaba con­vencido de que "el ser de los hombres decrece sin cesar". "Haría falta —ex­clama— que el mundo fuese joven y a la vez eterno". "Pero sólo Dios es joven y a la vez eterno". Añade esta bellísima puntualización: "Los hom­bres sólo son jóvenes un instante; la Gracia estaría en salvar ese estado de juventud, en vivir con la libertad de un surgimiento perpetuo. Pero sólo Dios es esa libertad". Mejor dicho aún está en el poema:

"Sabéis que Dios es el único que se da y que el ser de los hombres decrece sin cesar
mientras que el ser de Dios sube in­cesantemente".

Es aquí donde Peguy muestra en toda su grandeza la economía de los Sacramentos. Mediante ellos, Cristo nos envía la afluencia del recrecer —crecida— de Dios. Alto y único com­pensación para nuestro decrecer sin tregua. "Dios salva haciendo partici­par al hombre de la fuente de vida que es El mismo" y la Encarnación es una "infloración de lo eterno en lo temporal".

¡Cuidado, "temporalistas"! ¿No os llega la voz del liberal Peguy, a voso­tros que quizás rechazáis por anti­cuada, la voz de Francisco, de Do­mingo, de Tomás, de Teresa, de Juan de la Cruz, de Kempis? Recordad, qué bonita definición: "La Gracia es lo que en el tiempo, aunque aparente­mente sometida al tiempo, escapa de él. Es una especie de infancia devuelta. Es la juventud de Dios comuni­cada a cada uno de nosotros. Es la sustitución de lo totalmente hecho por lo que se está haciendo". Aquí, en estas últimas palabras, que recalca luego Charles Moeller, late un poten­ciado atisbo de Bergson y un antici­po precioso del existencialismo cris­tiano de Marcel. Afortunadamente, lo que no apunta en esas frases es el prurito de los progresismos a destajo. Espíritu aperturista y noble, Peguy da la medida de lo que puede y debe ser' la genuina renovación cristiana. Y de lo que no puede ni debe ser. Porque ,—volvemos a Pablo VI— "en algunos ambientes no se ha reforma­do la figura de la Iglesia sino que, al menos conceptualmente, ha sido deformada".