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DESPUNTARON LAS ROSAS

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 14 de octubre de 1961

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Al ver la primera rosa de esta primavera, cayendo yo en el tópico casi obligado —y espero que ello sea excusable—, ha merodeado en mis alrededores mentales la estupenda palabra: poesía. Pero ¿la poesía es una palabra? Ya está la cuestión. O... ya está el lío.

¿Qué es la poesía? Ya cualquiera, yo mismo, se siente tentado a definirla. ¡La manía de definir! El caso es que la poesía es sutil. No es una palabra, no. Para definir al triángulo rectángulo bastan las palabras. Pero ni es una palabra la poesía ni puede definirse con ellas. ¿Qué es poesía? Áteme usted esa mosca por el rabo.

Para apresar en conceptos la idea de las cosas, disponemos de unas pinzas lógicas bastante romas. Pero las cosas corrientes y molientes tienen una bastedad, una rudeza; tienen un cuerpo vulgarote y atraparlas en definiciones es bastante fácil. Por eso cualquiera define con prontitud a la silla, al picaporte de la puerta y al edificio de cinco pisos. Luego, están las cosas naturales , es decir, las complicadas, las que no tienen un mecanismo elemental, las que no hemos hecho nosotros. Si podemos definir con desahogo a la silla o a la máquina de escribir, ya tenemos que sudar un poquito para declarar con términos expresivos qué cosa es una rosa; bueno, una rosa o un árbol, o una mariposa o... un burro.

Porque las cosas naturales —no las artificiales, que se hacen en un taller o en laboratorios de los hombres—enen todas su enigma. Son complejas, y su “secreto de fabricación” y, por ende, su secreto de definición, es enormemente abstruso. Resultan curiosos (creo que curiosos para la psiquiatría en cierto modo) los hombres que reducen a esquemas clarísimos los más elevados problemas de la naturaleza o de la historia; los que creen que todo es cuestión de fórmulas y cuadriculamientos “a priori”; los que intentan filtrar, en fin, esa realidad inaprehensible que se llama vida a través de sus coladores de elaboración casera.
Pero abundar en esto es ajeno a nuestro propósito. Lo que uno quisiera señalar ahora es que si definir a las cosas naturales es bastante aventurado, ¿qué sería definir a la poesía que no tiene contornos, porque es una fluencia más que una figura, y un juego de matices más que un color, y una evaporación más que un agua, y un capricho más que una ley, y un accidente más que un fundamento?

Las cosas; las montañas, los árboles, las flores, los borriquillos de carga, los gatos negros, las muchachas bellas y el lucero del alba están ahí inconmovibles en su natural estado, en su permanencia silenciosa. ¿Qué son? ¿Qué significan? ¿Qué entrañan?... Mientras lo meditamos, mientras lo pensamos, viene desde yo no sé donde una brisa extraña y desconcertante, un vientecillo que nadie sabe quien ha levantado, un soplo que llamamos Poesía y... las cosas —las montañas, los árboles, los borriquillos de carga, etc.— tiemblan desasosegadas y deliciosas, azogadas e inefables. ¿Qué ha pasado?... Uno no sabe. Estaban sin voz e inertes, apagadas, y la Poesía, de pronto, les ha prestado una vida de movimiento. La montaña ya no es geología; es casi teología. No es una flor la flor; es una objetivación del sentimiento. Y ¿cómo va a ser un cuadrúpedo, nada más que un cuadrúpedo, el borriquillo? Y a la mujer, a lo mejor, le cabrillea dentro de las pupilas eso que se nombra amor y que no se nombraría amor si la poesía no hubiese soplado. Y la estrella se ha metamorfoseado de astro en esperanza. Y el gato pasa, seguramente, de animal a símbolo crucial y perenne. Y gotean metafísica las hojas del árbol de la carretera. Y es, en fin, como si a todas las cosas, a todas, se les viera —agitadas por el buen viento— la punta de encaje de la ropa interior. Como si mostrasen el maravilloso intimismo efímero, por un momento epifánico y triunfal bajo su triste sayo cotidiano, bajo su estable y anodina apariencia.

Pero para que el buen viento sople no hay cálculos ni recetarios. Sopla cuando Dios quiere, desde donde quiere Dios y hacia donde Dios quiere. La Poesía es un ramalazo divino sobre la naturaleza. Es un ráfaga que se escapa de la Eternidad al Tiempo. Es una fragancia desprendida del pomo de Dios, derramada fugazmente sobre este Mundo echado a perder, sobre este Mundo que, de por sí, huele mal... Sobre este Mundo que salió desnudo y limpio de la Creación, pero que después... no se ha bañado nunca. Y, así, la Poesía —cree uno— es la precisa dosis de fragancia que el pulverizador de Dios arroja sobre la existencia para que ella resista a fuerza de gracia —gracia con minúscula—, hasta que la Gracia total —gracia con mayúscula— redima del todo a las almas...

Y, sin embargo, todo esto es hacer literatura (?) a base de la Poesía. Pero ¿es decir lo que ella “es”? “A Dios , decía el filósofo, más se le puede definir por lo que no es que por lo que es”. Lo que vemos no nos puede servir de referencia para darnos una idea de Dios. Porque decimos, por ejemplo, que El es Amor, pero ¿puede servirnos nuestra escala de amor para darnos la medida y la esencia del Amor divino? Con la Poesía, hasta cierto punto, sucede igual. No se puede definir sino diciendo lo que no es. No es materia, no es “interés”, no es vanidad, no es cálculo. Esto, de una parte. De otra, no es rima, no es ritmo, no es acento, no es música; no es agrupar las sílabas de once en once, ni a los versos de seis en seis o de cuatro en cuatro...

Esto es interesante, claro. Hay poesías que se hacen con versos, acentos rimas y perceptivas; pero la poesía es anterior —y posterior— a estos utensilios. Porque la poesía es una cosa y sus instrumentos de trabajo, recambiables, otra bien distinta. Algunos creen, todavía, lo contrario: que no hay poesía sin versos medidos, contados y pesados. Terribles materialistas de la Lírica que sostienen que el fervor decantado y exquisito no se produce si no tiene un soporte, un armazón, un dogmático andamiaje previo; sin caer en la cuenta de que la poesía se crea desde dentro su propio esqueleto, su genuino ritmo, su auténtica vertebración. Ellos, los materialistas de la Lírica, quienes sustentan que no hay poesía sin estructuraciones rigurosas preparadas “ad hoc”, pueden decir de los verdaderos poetas, de los que no usan de figurines y catálogos para confeccionar su obra... pueden decir:

——¿Eso es un poema? ¡Bah!... No tiene ni un verso como Dios manda en que caerse muerto...

Pero Antonio Machado les responde seguramente:

La rima verbal, y pobre
y temporal, es rica,
El adjetivo y el nombre,
remansos del agua limpia
son accidentes del verbo
en la gramática lírica;
del hoy que será mañana;
del ayer que es todavía...


Atinadísima sugestión machadiana frente a los coloristas, brillantistas, los musicalistas, los efectistas. Estupenda admonición contra todos los que confunden el soplo de la poesía con el aire del ventilador.

Precisamente este carácter de “criatura libre de Nuestro Señor” que tiene la Poesía es lo que no acaban de entender cierta actitudes adocenadas que, para comprender la poesía, para llegar a la poesía, estiman necesario hacer “parada y fonda” en los poetas. Pasa, a veces, que muchas personas creen de buena fe que la poesía es una majadería porque conocen muy bien a dos o tres seudopoetas majaderos; o que la poesía es una inutilidad porque el repertorio de poetas que les ha sido dado manejar se compone de seres inadaptados. O que la Poesía ——esto es lo que más les impresiona—— no sirve porque se podrían contar con los dedos de la manos, y sobrarían dedos, los poetas millonarios que en el mundo han sido.

Pero ante este procedimiento para “juzgar” a la Poesía, ¿qué se puede replicar? Ni tales personas podrán nunca entender a los poetas ni los poetas a ellas. Estas personas dirán: “Y eso ¿para qué sirve?” Y quedarán perplejas cuando el mismo Antonio Machado les responda:


Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse...

¿De manera que la poesía es... pompas de jabón? Sí, claro; sólo que entre las pompas de jabón también anda el Señor...Lo habíamos olvidado a fuerza de repetir aquello de que “el Señor anda entre los pucheros”...