Revista Vbeda Revista Ibiut Revista Gavellar Diario La Provincia Semanario Vida Nueva Revista Don Lope de Sosa
Nuestra web sólo almacenará en su ordenador una cookie.<br>
Cookies de terceros.Por el momento, al utilizar el servicio Analytics,  Google, puede almacenar cookies que serán 
procesadas  en los términos fijados en la Web Google.com. En breve intentaremos evitar esta situación.
Revista Códice Redonda de Miradores Artículos Peal de Becerro. Revista anual Fototeca Aviso
y más: En voz alta Club de Lectura Saudar.es Con otra voz En torno a la palabra

Úbeda

Guía histórico artística de Úbeda. En las mejores librerías. Pulse para conocer las fuentes que nos avalan


Quizás la mejor Guía de Úbeda.

 
    

ENSEÑANZA PERSONALIZADA

Juan Pasquau Guerrero

en Medio sin identificar.

Volver

        

Bien. Empezaremos por lo del vasco que oyó el sermón. Diserta el orador sobre el dogma de la Trinidad. Acopia una serie de argumentos y de citas teológicas. Expone toda suerte de consideraciones religiosas y metafísicas. La eterna generación del Hijo. La Procesión del Espíritu Santo. La vida íntima de Dios: su secreto. En fin; el vasco, que oye el sermón, queda convencido y conmovido. Cuando termina la función religiosa, en la puerta de la iglesia, alguien le pregunta: ¿Qué te ha parecido? Y el vasco responde: "Soy partidario". Partidario de la Santísima Trinidad...

Algo semejante tengo yo que empezar diciendo. El tema de la enseñanza personalizada, es casi un nuevo dogma; dogma pedagógico. Tantas razones, tantos estudios, tantas ilustres opiniones lo abonan y lo avalan, que la duda sobre su fundamento o sobre su eficacia es casi pecado. Yo, amigos, digo lo que el vasco del sermón. "Soy partidario". Partidario de la enseñanza personalizada.

Se me encarga esta intervención. El tema es interesante. Tiene miga. Puede ser abordado por numerosas vertientes.

He preferido exponer mi criterio personal. Y voy a seguir, en esta especie de disertación, mi propia metodología. Perdonadme si en algún punto no me muestro muy ortodoxo, pedagógicamente hablando, al decir y al opinar.


Empecemos hablando de la persona


¿Qué es la persona, que es una persona? Es cierto que todos somos personas, pero un poco como aquel personaje de Molière que hablaba en prosa sin saberlo, somos personas un poco despistados sobre en qué consiste eso tan sencillo. Y ¡qué necesitado está el mundo de personas, en una época como la nuestra! Porque estamos muchos hombres y muchas mujeres. La Tierra dicen está saturada de "material humano". Bueno; es precisamente eso. Hay material humano en abundancia y sin embargo, hoy más que nunca, quizás, Diógenes se vería en un apuro para encontrar con su linterna a un hombre. Tanto más a una persona.

El concepto persona, alude a una disposición "orgánica" del hombre. No somos personas sino en tanto en cuanto organizamos, jerarquizamos y hacemos funcionar adecuadamente el cúmulo de nuestras facultades. Bien entendido, que la persona es un todo, en el que tanto entra la biología como la psicología, tanto el pensamiento como el temperamento; tanto el "pathos", como el "ethos"; tanto el continente como el contenido; tanto el talante caracterológico, como su inserción y su engranaje ocasional y vital; tanto la puerta, en fin, como la bisagra.


Un todo para todos

Empezamos por Xenócrates, aquél filósofo griego que tenía fama de feo y de serio y de quien se apartaba la gente al verlo venir por el camino? Bien, pues Xenócrates, dio una bonita, bella, definición de la persona. Xenócrates dice: "Persona, es un todo para todos". ¿Veis qué breve y qué exacto concepto? "Un todo". Es decir, algo que se completa y basta a sí mismo; algo sustantivo -diría Zubiri- más que sustancial. Algo que estructura el "yo", dándole densidad, fuerza, sentido, dirección. Un todo que en sí se completa, pero que sin embargo, no se clausura, no se encierra en sí mismo. Porque es un todo...para todos.

Ya lo tenéis; la persona es, al par, conclusión y...apertura. Es un mundo -cada persona es un mundo, dice el refrán-, pero un mundo que, atento a su órbita, se reconoce parte de un universo superior en que se integra. "Un todo para todos." Aquí está el fundamento de la autonomía y de la dignidad de la persona. Está también el fundamento de la sociabilidad.

Autonomía y sociabilidad: he aquí dos notas esenciales que se conjugan en el "juego" de la persona y de la personalidad. Aunque, cuidado, no hay que confundir "personalidad", con "persona". Hay hombres que andan en busca de la "personalidad", es decir, que desean la fama, cuando en realidad, no han llegado ni a personas. Y esto es lo triste. Procuramos, para entrar en Roma, antes el arco de triunfo que el caballo. Lamentable error.

Ser persona, constituye una importante empresa. Requiere para uno, un estudio, una experiencia, unos propósitos, unas rectificaciones, unas ratificaciones, unas ideas, unos ideales, una voluntad, una ilusión, un fervor y hasta unos desengaños...Todo esto no se forma ni se organiza en un instante. Es larga y ardua la procesión. Todo esto, requiere un trabajo. Y un tiempo, largo tiempo.

Malraux, un poco amargo, escribe: "Sesenta años para formar una persona, un hombre. Y cuando al fin está hecha, está formada, la muerte aguarda detrás de la esquina". Es verdad. Creo que nuestra máxima responsabilidad humana es lograr la persona que somos. Creo que nuestro afán es conseguirnos. Y para conseguirnos, buscarnos, encontrarnos y aprovecharnos. ¿Viene la muerte después? No importa; no importa,sobre todo si se tiene un concepto cristiano de la existencia.

Sí. Ser persona es organizar "un todo vital para todos," en relación y al servicio de la Comunidad, pero sin faltar a la esencial fidelidad a nosotros mismos, es decir, de ser quien cada uno es. Y de una manera valiente e indeclinable. Recordad el "Conócete" de Sócrates. Constituye el primer expediente, para alcanzar nuestro título de personas.


Conócete a ti mismo

Y ¿cómo nos conocemos? Los que, más o menos, somos educadores, tenemos esta obligación: Inducir a nuestro hijo o a nuestro alumno a que se conozca, a que se informe de sí mismo, a que se entere de quien es. Y cuando esté enterado de quien es, de cómo es y de que para qué es, que se vista de sí. Que se vista de sí.Quevedo habla , en la "Vida de Marco Bruto", de quienes van desnudos de sí y cargados de hierro. Dice de los tales: "Son hombres con armas cuando ellas son armas sin hombre".Y ¿no os parece que así es? A menudo solemos cubrirnos de prestada armadura, de sabidurías adquiridas en rebajas o en baratillos. Y presumimos de armas bruñidas, de "personalidad". Cuando es el caso que, precisamente, nos falta la persona. Vamos vestidos o disfrazados de razones y de armas adquiridas en el mercado. Pero desnudos de nosotros mismos. En fin, alardeamos de personalidad y ¿dónde está la persona? Ser persona es no ir desnudo de sí; vestir la propia ropa, calzar las propias ideas, vivir la vida intransferible y esencial que nos ha sido propuesta.


Un fondo de lodo

Ser persona. Cosa compleja, difícil, repito. Freud encuentra varias capas, por decirlo así, en la persona. Estudia la Persona "more geóloca", el modo geológico, así como Spinoza estudiaba a la sustancia "more geométrica", al modo geométrico. Freud es un pocero, un ilustre pocero. Abre pozos en el complejo psicológico hasta encontrar el agua, o lo que él cree que es agua, porque a veces no es de verdad agua, sino lodo. Freud abre pozos para encontrar la persona y halla -según él- estos tres estratos: el "ello", el "ego" y el "superego". El "ello" es la capa común, que nos comunica con la base, con el resto de los hombres. En el "ello" se confunde el patrimonio común de la especie: es instinto acumulado, herencia vital acumulada, incluso oscura sapiencia acumulada. Pero del "ello", anónimo y sin nombre, brota, en estrato superior, el "ego", el "yo".

El "yo", es ya algo distinto, discriminado, individual, "particular". Tiene notas propias que le constituyen en un "aparte", formando el germen de la persona, dueña o depositaria de excelencias y de defectos, de virtudes y de pecados específicos. Así, constituido el "yo" por encima del "ello", aspira el "yo" a una superestructura que sea algo así como su cielo. Su cielo que, con sus estrellas, le oriente. Es decir, el "superego" es aquello a que aspiramos, aquello que queremos ser superando lo que nos es dado, lo que somos.

El superego se mueve en las regiones del ideal, así como el "ego" se desenvuelve en la región de lo real consciente y el "ello" en el subsuelo subconsciente e indiscriminado. Y precisamente, de la tensión entre el "yo" que somos y el "superego" que queremos ser, brotaría la personalidad auténtica. Precisamente, la "resistencia" que por abajo aquieta al yo en el "ello",impidiéndole el vuelo hacia el"superego", formaría la clave de este "ser" inestable, variable, contradictorio que somos. Que somos cada uno.

Pero Freud -pocero- escarba, creo yo, demasiado en el légamo. Revuelve mucho y viene el mal olor. Creo sinceramente que en Freud hay algunos hallazgos geniales. Ahora bien, es necesario -si queremos de verdad tener un concepto de personas que nos ayude a serlo, superar a Freud, cuya concepción de la persona olvida que hay en el interior del hombre zonas que frecuentemente no se exploran y que él -Freud- no ha explorado. Porque no todo es "ello" oscuro bajo el "ego".

Dios en lo hondo del fondo

San Agustín decía que en lo hondo del fondo está Dios. Sí; claro que sí, hay zonas internas que no son solo biología y fisiología y psicología e historia natural e higiene... Ardientemente valientes, contra corriente si es preciso, cristianos, en fin, nosotros, educadores cristianos, tenemos que dar testimonio de que la persona no se vertebra de ideales quebrados en la altura, con base, con raíz frustrada, embarrada, confusa, al fondo.

Tenemos que decir nuestra fe: la persona es un todo que se organiza con la ayuda de Dios, si nosotros solicitamos esa ayuda. Con la ayuda del "Dios escondido", del "Deus absconditus" del que decía el gran San Agustín: "Dios está dentro de nosotros; nosotros fuera".

Digo yo, amigos míos, para entrar dentro de nosotros mismos -en un mundo que nos está sacando continuamente de nuestras casillas- ¡qué fuerza de voluntad, qué energía vital, qué arrestos se necesitan! Pero eso es ser hombre, eso es ser persona. Entrar dentro de nosotros, penetrarnos para hallarnos y en el hallazgo topar con El, con Dios. Dios que nos espera dentro, mientras nosotros nos salimos frívolamente, nos abandonamos, dejando vacío nuestro recinto, dejando que el polvo lo cubra y que la herrumbre oxide nuestras auténticas posibilidades.

¡Cuántas veces creemos que Dios está gastado, erosionado, polvoriento, oxidado! Es que nosotros no sabemos que es nuestro habitador, nuestro huésped; es que lo dejamos sólo, sin atenderlo, dentro, y nos dedicamos a alejarnos de casa. Y dejamos que a El le cubra el polvo. Pero El no es un mueble. Es nada más y nada menos, el ser amoroso que nos espera en el centro geométrico de nuestros afanes, en el fondo de nuestro fondo.

Y si alguien cree que todo esto que os digo es beatería, tanto peor para él. Y si creéis que San Agustín está pasado de moda, me parece que os equivocáis. Mas bien estimo que el auténtico sentido de la modernidad -la modernidad, que es algo distinto de la moda- vuelve a acercarse al concepto clásico de la persona (Xenócrates y Sócrates) y puede que más aún (aunque sin declararlo expresamente) al concepto cristiano de la persona (San Agustín). Ahí está Heidegger -máximo pontífice del existencialismo- que a sus ochenta años acaba de declarar que no quiere ver sus ideas integradas en la moda de este tiempo por él calificada trágica y despectivamente, como "caída degradante".

Pero para estudiar mejor el concepto de persona, a la luz de la filosofía cristiana -ya que tener un concepto claro de persona es base indispensable para intentar la educación personalizada- quiero yo ahora recurrir a las enseñanzas que al respecto formula con entera diafanidad Jacques Maritain.


Algo más que individuos

Parece claro que, aún aceptando la hipótesis del evolucionismo biológico, tesis que ha entrado últimamente en un período de franca crisis después de las investigaciones y estudios de varios científicos rusos, y más recientemente con un libro de George Salet, que pone en entredicho las doctrinas darwinistas, haeckelianas, larmarkianas, spencerianas, etc.- parece cierto, repito, que aún tomando por bueno el evolucionismo de las especies, hay una diferencia esencial y sustancial, (no solo cuantitativa, sino cualitativa) entre los demás animales y el hombre.

No es que el hombre sea más vida; no es que el hombre sea un vértice del impulso ascensional o del "elan vital" de Bergson, no es que representa una cumbre -la más alta- en la escala o en el escalafón. Es que el hombre, junto con la biología, es otra cosa. La aparición en el hombre de la conciencia, es sintomatología de que con él adviene a la Tierra algo entera y egregiamente nuevo. De tal forma que para designar a los hombres uno a uno, no basta la calificación de "individuos". Individuos son, también, los cangrejos, las hormigas y los elefantes, considerados uno a uno. Individuos es la parte fragmentaria de una especie -especie animal-. Así lo define Maritain.

Pero el hombre, que es un individuo -parte fragmentaria en su biología, en su psicología, en su físico- de la especie humana, tiene, por así decirlo, un "plus", un suplemento que le despega y específicamente le distingue y eleva sobre el resto de los seres creados. Y este "plus", este "suplemento", es su calidad de persona.

Como individuos, estamos sujetos a mil necesidades de todo tipo. Como personas, transcendemos nuestras necesidades, las rebasamos, por decirlo así, constituyéndonos sujeto de responsabilidades, de ideas, de conducta. Como individuos, vivimos. Como personas, tomamos conciencia de nuestra vida, atribuyéndole un sentido, una finalidad. Como individuos, participamos. Como personas, nos advertimos seres conclusos y autónomos, agraciados con un don único que solo a nosotros, a los hombres, nos ha sido otorgado: la libertad. Como individuos, agrega Maritain, somos para el Estado; como personas, somos para Dios. Y entiende aquí -creo yo- Maritain como Estado, no ya el Estado político que da entidad jurídica a un pueblo o a una nación, espíritu objetivo, sino también al "status" social, al establecimiento organizado de la comunidad humana.

Y si como individuos somos para el Estado, es decir, si como partes de una Sociedad, de una Nación, de un Pueblo, supeditamos nuestra organización vital al bien común, como personas nos convertimos en cabezas, "cápitas", capitalidades de todo un mundo independiente y pululante de ideas, sentimientos, creencias, deseos y zozobras que estamos obligados a ordenar y dirigir.Porque se trata de un mundo -hablamos del mundo de la Persona- orientado con fines trascendentes hacia Dios, del que cada uno es responsable, porque cada uno lo asume en integridad. Como individuos, somos partes. Como personas, somos un todo. Y volvemos a lo de Xenócrates: un todo...para todos. Porque ahí está: individuos al par que personas, participantes de una parte y autónomos de otra, estamos en el deber de conjugar nuestra entidad de miembros de la sociedad con nuestra calidad de cabezas, de mundos en sí. Meter al mundo en nuestro mundo y colaborar con nuestro Mundo al mundo. He aquí nuestra doble versión que nos constituye en seres de verdad únicos y complejos. He aquí la condición humana, versátil, inestable, sujeta al cambio, a la incertidumbre. Porque no siempre es fácil armonizar nuestros derechos y deberes de persona, con nuestros deberes y derechos de individuos.

Dónde empieza y dónde termina nuestro templo, nuestro recinto privado, nuestro mundo, nuestra persona? ¿Hasta dónde la sociedad nos obliga como individuos, como parte de ella que somos? ¿Hasta dónde la sociedad nos es deudora como persona, es decir, como seres cuya entidad no se cumple y se agota en una función exclusivamente social? Porque este es otro problema que con frecuencia constituye materia de meditación para el sociólogo, para el psicólogo, para el pedagogo, para el político, para el filósofo.

Somos, sí, seres sociales, pero no al modo de las abejas o de las hormigas. No todo en nosotros es social. No cumplimos nuestra misión si nos limitamos a la colmena. Hay algo más, mucho más. Hay, está, un recinto único que no es de pertenencia común, que es nuestro y nada más que nuestro. Es, insistimos, nuestro mundo, nuestra persona. Y tal es su dignidad -la dignidad de la persona- tal es su carácter, que no está sujeta a ningún vasallaje, sino a Dios. Nadie, nadie, puede obligarnos en lo que a nuestro reducto último, a nuestro sancta santorum de la conciencia se refiere, sino El Esto es la Libertad. Una autonomía con respecto al resto de los hombres. Una decisión que se guarda, que se reserva, para lo trascendente. O, como dice Maritain, para la definitiva opción de Dios.


Se nace y se hace

¡La persona humana! Gran novedad. Tremenda novedad, puesto que es algo que nos estructura, que nos constituye en remedos del Creador a su imagen y semejanza, con conciencia como El y con Libertad y con entendimiento como El, aunque inferiores, menos perfectos, que la Libertad, Conciencia y Entendimiento de El.

Ahora bien; nacemos personas, pero con la condición de colaborar eficientemente en la erección, en la edificación de nuestra persona misma. Dios nos da la credencial de personas, el derecho de personas, pero quiere que seamos nosotros mismos quienes, día a día, nos vayamos haciendo, ladrillo a ladrillo, esfuerzo a esfuerzo. Nos da el solar, para levantar nuestro edificio, nos da material y medios, pero en su designio está que precisamente, sea el hombre quien, libremente, opción tras opción, idea tras idea, acto tras acto, vaya formando e informando su mente y su conducta.

Fijaos bien que, aquí, la Moral cristiana coincide casi exactamente con una parte de la filosofía existencialista. El existencialismo sustenta que el hombre, con su existencia, va dando forma, formato, sentido, texto, dirección, sentido, aire y paredes a su ser. Existimos para lograrnos, para hacernos, para conseguirnos, para llegar a constituir nuestra esencia.

Está la existencia inauténtica, disfrazada de cotidianidad, de la que muchos no salen. Y está la existencia auténtica, libre, personal a la que hay que aspirar. Es decir, está el individuo que no sabe todo lo que es, además de individuo. Y está la persona, que no es un punto de partida, sino una meta. Es decir, la persona que va creciendo, y luego floreciendo y luego madurando.


¿Una pasión inútil?

Ved que la Moral cristiana, precisamente, nos enseña que no somos, que no nos logramos mientras nuestro esfuerzo, nuestra ascesis, nuestra disciplina, no nos constituye en colaboradores de Dios para la obra salvífica. Y ¿qué es salvarnos, sino otra cosa que lograr la entera madurez de personas, conseguir ser lo que somos y conseguirlo enteramente? Pero es, señores, que no somos del todo lo que somos hasta que no somos en Dios y con Dios; hasta que no nos damos cuenta de que nuestro centro de gravedad -como insinúa Orígenes, aunque con otras palabras- está fuera de nosotros mismos.

Claro que hay un existencialismo cristiano- el de Marcel- por esto, precisamente, porque la fe cristiana es como el cimiento, el solar, sobre el que el hombre levanta su Persona empapada de Amor y de Esperanza. Aunque, lo sabéis, el existencialismo ateo -el de Sartre, por ejemplo- adolece de un contexto totalmente diferente. Sartre no quiere saber el para qué de la persona. Parece como si estuvieras a gusto sin saberlo. Parece como si le fuera bien con la angustia de ignorarse. Sartre llama al hombre "pasión inútil". Mantiene Sartre que el hombre tiene que hacerse en autenticidad, huyendo de lo cotidiano. Pero ¿por qué y para qué? La cuestión de la finalidad no le interesa. Hay, según el, un "en si" inerte, amorfo y viscoso -oscuro- en la persona; algo mostrenco. Pero el "para sí" es la conciencia en Sartre. Es decir, cuando el hombre se da cuenta de sí, no proyecta su yo hacia lo trascendente, no lo dirige, no lo eleva, no lo hace salir en busca de la Aaventura venturosa@ de un Encuentro.


Sartre no quiere, con el "para sí", sino verterse en el "en sí". Sartre no quiere tener conciencia sino de su soledad. Y la libertad radical, entonces, ¿para qué? Pues Sartre no encuentra colocación a su libertad, renuncia a ponerla al servicio de nada. No la entrega en disponibilidad. Porque para él -para Sartre- toda entrega es como una "hemorragia". Esta -hemorragia-, es la palabra que él mismo emplea. De aquí la dificultad que Sartre encuentra a la hora de procurarse una moral.

Si solo hay un para sí que no es plataforma de lanzamiento, sino espejo del absurdo que cada uno es; si hay una libertad, pero no se encuentra empleo para esa libertad, ¿qué es la persona? A Sartre no le interesan ni los qué, ni los para qué. Sartre renuncia a todo esponsal, a toda entrega; Sartre incurre
-permitidme que lo diga- en una especie de masturbación mental. Paradógicamente, la angustia es un deseo de esponsal, porque es un deseo de unión con lo trascendente. Y esto es la angustia cristiana que se transforma, con el toque de la Gracia, en Esperanza cristiana.

Pero para Sartre, la angustia se transforma, paradógicamente, en placer. En placer solitario. En morboso placer de quererse absurdo, de no querer abordar el intento de abandonar la propia tiniebla en busca de una luz. En revertir la conciencia -para sí- en lo absurdo del en sí. Y no es que Sartre no encuentre. Es que da la sensación de no querer buscar. En Sartre la Persona no se perfila y la existencia no es bastante para nada. En Sartre sólo está ese "grupo de costumbre" que, según Bergson, es el cuerpo.Y fuera de el, un continente de Libertad inútil para un contenido de Nada. O sea que la libertad radical, tan pomposamente exaltada, queda, para Sartre, como diría Novalis, en "éter pintado con éter en el éter".

No sé si os canso. Pero es interesante divagar sobre los conceptos que la filosofía -la antigua y la moderna- nos brinda de la persona, porque esto es básico si es que nos proponemos acometer en educación el "rodeo", el "acecho", la "penetración" de la intransferible entidad mental, moral y psíquica del educando; para así -mediante su conocimiento- actuar en consecuencia.


Pero es que si no tenemos ideas claras sobre la persona, vano va a ser nuestro trabajo. Y, de cierto, para formarnos un concepto lo más aproximado posible de lo que la persona es, no sobra la aportación de ningún filósofo. Imposible detenerse en la doctrina al efecto, de cada uno. Sin embargo, para nuestro propósito, prosigo haciendo una somerísima exposición de algunos de los pensadores que de la "persona" han hecho centro y referencia de sus estudios.


Diálogo fecundo

Decíamos que en Sartre, la persona se oblitera, se cierra en sí misma, no ya en una autonomía -que la autonomía es nota específica de la persona-; no ya en una autonomía, digo, sino en una soltería. Pero para nuestro concepto, la persona, que es un todo, una plenitud, "que no puede entrar en composición con nada superior", según la expresión maritainiana, está obligada a una "disponibilidad", al servicio de algo que la transcienda: Dios, el amor, un ideal, un credo, una misión. Así el hombre empírico, que diría Schiller, o el "Dasein" que dice Heidegger, se convierte en el hombre ideal (Schiller) o en el auténtico (Heidegger).

Es decir, la persona es un mundo, pero un mundo que no es sólo, sino que tiene una función genesíaca. O, mejor, es un mundo llamado al esponsal y que, por tanto, es mundo fecundante o fecundado; o las dos cosas a la par. Hay ahora una palabra muy usada: "Servicio". Pues bien; es necesario que la persona tenga una conciencia de esto: debe ponerse a servir. Es decir, a hacer. Es decir, a "contemplar". Es decir, a "pensar" fuera de sí. Es decir, "a amar". Es decir "a matrimoniar". Yo, aquí, al decir eso, doy una análoga significación a las palabras "servir, hacer, contemplar, pensar, amar, matrimoniar". Todos estos verbos tienen de común esto: reclaman la presencia de algo o alguien que actúe de estímulo de acicate a la dinámica de la persona, impidiendo su inmovilidad. Y tanto se mueve la persona pensando como conduciendo; conduciendo, quiero decir, un acto, un propósito.(Conduciendo, de conducta). Hoy conducimos vehículos (civilización del chófer), pero no hemos aprendido a guiarnos.

Bien. Este algo o alguien fuera de sí que necesita siempre la persona para realizarse, requiere quizás, al principio,
-y como ensayo, diríamos- un otro dentro de nosotros mismos. Porque nadie es un yo monolítico o de una sola pieza. ¿No había dicho Sócrates que hay que empezar por el "conócete"? Pero para conocernos, tenemos que hacer una especie de diálisis, dentro de nosotros. Tenemos que observarnos. El yo tiene que mirar al yo. Pero esto es hacer el yo del tú. Así, dice Ebner, filósofo austriaco, personal y espiritualista, -muy interesante también, por sus profundizaciones acerca del lenguaje, incluso para el estructuralismo-; así, dice Ebner, repito, que la persona es una realidad dialógica -dialogante- y que la persona en sí, está en fase constitucional hasta que no encuentra el tú del yo.

Tenemos que dialogar con nosotros mismos, si después queremos dialogar con los demás. Tenemos que conocernos, tomando conciencia incluso de nuestras contradicciones, a fin de erigir la síntesis formal que nos entere de quien somos. Claro que esto es difícil. Si, sí; ser persona es muy difícil. Como que hay que ordenar, peinar, alisar la maraña que como un magma nos arde y nos fluye dentro.


No tener por alma una masa confusa

Giraudoux dice en uno de sus libros: "Enseñar a Elena a no embrollar sus deseos, sus virtudes, a no tener por alma una masa confusa". He ahí el objetivo: No tener por alma una cosa confusa. Alinear, de una parte, sus problemas, de otra, sus misterios, de otra sus conocimientos, de otra sus deseos. Pero no amalgamar, no confundir. Peinar, alisar, repito. Ni ser bárbaros, ni salvajes. Bárbaro, decía Schiller, es quien con sus principios, quiere avasallar los sentimientos. Salvaje, quien con los sentimientos quiere sojuzgar los principios. Ni tan idealistas que nos deshumanicemos. Ni tan absolutamente humanos que desideologicemos la existencia.

La realidad dialógica que somos, nos enfrenta, de principio, con muchas contradicciones. Unamuno, que sentía borbotar dentro el vario y disperso hervidero de ideas, sentimientos, fervores y razones, se contradecía en ocasiones. Pero cuando le reprochaban sus inconsecuencias, Unamuno repetía la frase de Witman, el poeta inglés: "Es que yo soy una multitud". En efecto, cada yo se opone, es contrario de principio, a sí mismo. O en cada ? está la oposición del tú que decía Ebern. O quién sabe si de muchos tú. Y hacerse persona implica, precisamente, un proceso de unificación, un proceso de reducción. Así dejaremos de tener por alma esa "masa confusa" que quería evitar Giraudoux. O así "la ley de los miembros" obedecerá a la "ley del espíritu",como glosaba San Pablo. En realidad, ¿no fue San Pablo el primero que expuso este personalismo que implica la teoría de Ebner: el tú del yo?


Discernir entre el oro y la escoria

Pero no podemos olvidar -llegados a este punto- a Max Scheller, el filósofo de los "valores". Porque si queremos hacernos personas deshaciendo nuestra maraña, unificando, reduciendo y sintetizando, hemos de atenernos a una tabla de "valores" que instaure la genuina jerarquización de la persona. Se impone una gradación estimativa. Hay que desechar unas cosas, hay que abrazar otras. Escarbando dentro, encontramos escoria y encontramos oro. Hay que elegir, hay que graduar, hay que establecer un escalafón con sus jubilaciones (afectos o ideas que deben retirarse) y afectos e ideas que, por el contrario, deben ingresar en el Cuerpo de nuestra entidad personal.

Y, ¿qué son valores? Los valores no son cosas -dice Max Sheller- pero tienen objetividad. No son entidades tangibles, pero constituyen verdades. El bien y el mal, la belleza y la fealdad, la justicia y la injusticia, no son cosas tangibles o palpables. Pero tanto son y tanto significan, que por ellas el hombre apostó siempre su carta o incluso su vida.

Dice Marx, y con él todos sus epígonos, que la dinámica de la historia tiene una exclusiva motivación: lo económico. Es que el marxismo ignora originariamente los valores aunque luego, inconsecuentemente, aspire a instaurar un orden nuevo en nombre precisamente de un "valor", es decir, en nombre de la Justicia. ¿Como puede ser esto? Si al mundo lo mueve la economía y la producción, si todo lo demás es "alienación",cómo, a la hora de hacer patente este credo vamos a sostener precisamente su edificio con el arbotante de una "alienación". Porque "alienación" es la justicia, alienación es el bien, alienación es la belleza, si nos atenemos estrictamente al punto de partida de la dialéctica de Marx.

Son los valores quienes hacen al hombre, hombre, a la persona, persona. El hombre no es solamente el "homo sapiens", o el "homo faber", o el "homo economicus" o el "homo ridens"... Es, ante todo, el ser que distingue entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, entre la fealdad y la belleza. Cuidado, que ayudar a hacer estas distinciones es importantísimo para la formación de la persona y, por ende, para la misión del educador. Cuidado porque hoy vivimos una época de trastueque de valores.

Desde que Federico Nietzsche lanzó su tremenda consigna "más allá del bien y del mal", una multitud de epígonos, más atentos a las genialidades líricas de Nietzsche (genialidades que no son sino efectos de claroscuro), más atentos digo, aun literatura que a una lógica y a una filosofía, están empeñados en convertir en pelambre y en maraña confusa nuestros idearios y nuestras actuaciones. Este es el mal mayor -a mi juicio- de nuestra época.

Son ya muchos artistas los que niegan belleza a la belleza; y muchos moralistas los que descolocan, o borran, o relativizan al bien, siendo así que el Bien tiene una posición, un perfil, una estructura, una anatomía y una fisiología que el tiempo no puede cambiar, ni la situación puede descentrar. Y son muchos los teólogos propugnadores de un Cristianismo sin Cristo -sin Cristo histórico-. ¿No veis como proliferan frases como estas: Ha muerto Dios, ha muerto la Belleza?

Tremenda responsabilidad entonces la del educador destinado a reinstaurar en el espíritu los genuinos valores imprescriptibles. Tarea difícil, compleja, larga, espinosa. Pero necesaria. Necesaria y auténtica.


Educación para la persona

Educación personalizada, claro que si. Personalizada para "entrar" dentro de la persona no a bayoneta calada, sino con paciencia, constancia, firmeza, lealtad.

Educación personalizada , no para violar el último secreto intransferible, el hondo reducto de las conciencias, sino precisamente a restaurar dentro de cada uno su propia libertad amenazada por la avalancha de errores que dejan su légamo en las íntimas, sutiles avenidas del espíritu.

Educación personalizada para que el yo dialogue con sí mismo y no con el populacho amorfo -ideas sin urdimbre, razones sin trama, sentimientos sin luz, conchas sin caracol-que pugna por desencuadernar, por involucrar la paginación, por rasgar y manchar esa especie de libro vivo que cada uno va formando, día a día, con el material de sus afecciones, de sus sensaciones, de sus ideas, de sus placeres y de sus dolores y que da, al fin , el texto de la persona.

Educación personalizada para que cada educando encuentre su tú en su yo; para que sepa vivir vida interior cuando sea preciso, haciendo palenque y campo de su propia soledad, consigo mismo pensando, haciendo y proponiendo -con el concepto y con el precepto, como diría Bergson- para bien propio y para bien de los demás.

Educación personalizada para conocerse y conocer a Dios. Dios, el "primun cognitum", como decía San Buenaventura, es decir, Dios principio de conocimiento, porque el es quien dentro enciende nuestras bujías y nuestras lámparas para buscarnos y buscarle; buscarnos y buscarle en la noche. Noche Oscura...


Noche oscura

Hay de seguro muchos de vosotros que no habéis pensado, no habéis meditado, en la pedagogía que encierra la "noche oscura", esa poesía que es, al par, un manual didáctico, para la formación de la persona. Esa poesía de nuestro gigante -pequeñito gigante, de estatura física- que es San Juan de la Cruz. ¿Qué es la noche oscura del egregio carmelita? ¿Es un anubarramiento, un espesor de tiniebla, un nihilismo que preparamos para el asiento de la tristeza? ¡Que va! Es todo lo contrario que un nihilismo. Sus nadas -"Si quieres venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada"- no son sino el sitio, el hueco que el alma enamorada prepara a la plenitud. A la "plenitud de plenitudes y todo plenitud", que diría Amado Nervo, frente a la "vanidad de vanidades y todo vanidad", que dice el Eclesiastés.


Pedagogía del Amor. El hombre, la persona, se forma en información de amor al Creador, pasando por las criaturas, y a las criaturas pasando por el Creador. Con Amor hay ya entendimiento, hay inteligencia. Se ha dicho que el Cristianismo no es una ideología. Mejor sería decir que el Amor es la ideología del Cristianismo. En San Juan de la Cruz, el Amor es el fermento de todas las cosas, de todos los conocimientos; el revulsivo de todas las ideas, la espuela de todas las inquietudes. Nadie lleva más viento en el espíritu y más movimiento en su vida que un amoroso, es decir, que un místico, que un profesional del Amor.


Contemplación

La gente confunde actividad con movimiento y movimiento con traslado. Cree que quien hace es quien más se mueve. ¿Acaso la ardilla hace más que el gusano de seda? O estima que quien más se mueve es quién más se traslada. Se llama hombre activo al que no abandona el automóvil, yendo de acá para allá en cada instante, y dejando mientras en absoluta inactividad al músculo y al espíritu. Recorre veinte paisajes por hora y no ve, no se pone a mirar ningún árbol. Pasa por delante de todas las catedrales y de todos los hombres, en turismo delirante, urgente, sin tener el buen sentido de pararse un instante ante la catedral o ante el hombre para la pura contemplación.

¡Contemplación! ¡Cuánta actividad hay dentro de un minuto de contemplación! Es lo que hay que enseñar al hombre desde niño en esta época de acción sin destino, de velocidad sin meta, de pluriempleo sin dedicación, de consumo desenfrenado, de ingestión atropellada a la que falta el complemento indispensable de la reposada digestión.

¿Por qué no hacemos personas, acostumbrando al hombre a mirarse, a digerir el mundo que en torno le envuelve, las sensaciones que le acosan, las ideas que se le aglomeran encima, amenazadoras, como cúmulos de tormenta, como nubes erectas de desarrollo vertical? ¿Por qué no nos avezamos al turismo de casa propia, al turismo interior? ¿Por qué no nos damos a la observación cordial, enamorada, interesada, atenta del misterio que entraña la hoja de un árbol, el pensamiento de un hombre, -"un pensamiento del hombre vale más que todo el mundo", decía San Juan de la Cruz- el recóndito impulso que nos puja y nos empuja en los fondos ocultos -más abajo aún del subconsciente de Freud- donde habita la Verdad?

No, no y mil veces no. No llamamos inmovilista al hombre que contempla, piensa o se vierte en la oración -tres aspectos de una misma realidad-, supeditándole al hombre embarcado en el traslado incontinente de la acción -acción, acción y acción-, que llamaba Pío XII "herejía de la acción". Eduquemos un poco al hombre en un humanismo que revierta al hombre.

Bien está la técnica, pero que no nos envenene su abundancia; démosle el digestivo de la auténtica Ciencia. Bien está la acción, pero que no nos ahogue en sus prisas. Equilibrémosla con un proceso de interiorización espiritual. Bien está el traslado; pero dirijámoslo al genuino movimiento. Y necesario es el movimiento; pero llenemos el movimiento de actividad.


Niégate a ti mismo

Y a esto íbamos: la pedagogía de formación de la personalidad que entraña la noche oscura de San Juan de la Cruz, consiste en una consigna "Niégate", que haga de complemento del "AConócete" de Sócrates. Hacer noche dentro de nosotros, ¿qué es? Es hacer sitio, precisamente, a la persona. ¿Cómo? ¿De qué manera? Arrancando la mala hierba, extirpando ignorancia, dirigiendo vertical hacia arriba la llama de la pasión en serenidad afectiva en lugar de dejar que la lengua de la llama se doblegue al impulso de los vientos que surgen por doquier, a derecha e izquierda.

Y claro que sí, amigos, esto se llama renuncia, esto se llama ascetismo. Palabras que hoy están en baja, en descrédito, con entera injusticia. Pero el ascetismo, que viene de ascesis (palabra griega que significa entrenamiento es necesario ara estar en forma.) Es que sólo tienen que entrenarse Iríbar o Vázquez para jugar contra Grecia, o contra Yugoslavia?

El entrenamiento, la ascesis, la renuncia, para guardar la línea espiritual, la agilidad del espíritu, fue preciso en el medievo, es preciso ahora y lo será en el año dos mil, si es que somos sinceros al decir que hay que conservar los valores y ennoblecer la persona; si es que, en una palabra, queremos seguir conociendo y seguir amando.

Oíd a San Juan de la Cruz: "Ni ya guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amor es mi ejercicio". Oídle, porque en el ejercicio activo del amor está la clave, el secreto de la ciencia y del conocimiento.


Caña pensante

Pascal escribió a los trece años su "Tratado sobre las secciones cónicas" por pura afición, por pura vocación científica. Y en plena madurez, sus "Pensamientos", esa obra que yo recomendaría a todos los profesionales de la angustia pintada o psicodélica, de la angustia exhibicionista que hoy circula por ahí. Porque los pensamientos de Pascal son el reflejo de una inquietud, de un movimiento, de un dinamismo que surge de la presión interna, agitada de hervideros entrañables. Pero es angustia que se resuelve en honda religiosidad, en vertical anhelo de "caña pensante", como el mismo Pascal decía, en definitivo Amor. Porque Amor en él, como en San Juan de la Cruz, era su ejercicio, su principio de conocimiento. Amor era el esquema que estructuró su existencia, su persona. "Ni ya guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya solo en Amor es mi ejercicio".

Amor desde todas las vertientes: Amor al saber, amor a la naturaleza, amor al hombre; tres líneas que concurren al vértice del amor a Dios, es decir, del Amor a la Verdad. Para eso, hemos de hacer la renuncia, el vacío a mil trivialidades que se nos disfrazan de trascendencias, a mil vicios con capa de virtudes, a mil abdicaciones so capa de aperturismos, a mil egoísmos con apariencia de sincerismos, a mil blasfemias con dosel de novedades, a mil pecados con bisel de "puestas al día". Para eso hemos de guardar una pureza de noche con las estrellas en lo alto. Una noche que no teme ser noche, sino que asume la noche, porque espera la Aurora.

Ser Persona es esperar. Si se espera, se cree y se ama. Si se cree, se ama y se espera. Si se ama, se cree y se espera. Estupenda Trinidad: tres aspectos de una única verdad. Noche Oscura, ascesis, vela de armas en la disciplina, para la educación de la persona que es en suma la educación de la libertad.


Educar para la libertad

¿Qué es Libertad? Es ir quitando obstáculos -de dentro y de fuera, sobre todo de dentro- para lograr la auténtica desnudez del alma. Alma desnuda para unión íntima con la verdad. La Libertad es el strip-tease -permitidme la expresión-, el irse quitando uno a uno el ropaje de los obstáculos -malos usos, abusos, malas costumbres, pecados (hay que seguir hablando del pecado) para emprender el salto ágil de genuina liberación.

Formar y educar la persona para la libertad, no es prepararla para el capricho autónomo y sin trabas, sino para el ejercicio de la Verdad, desprendida del mal ganado que estorba ese ejercicio.

Ser libre es un mejor entender para un mejor saber y, así, un mejor querer. Es más libre quién mejor entiende. Por eso, la suprema libertad es la divina. El hombre es menos libre porque entiende menos, porque sabe menos. Hacer lo que nos da la real gana no es ser más libre; es dejarse llevar por el real deseo. Pero sujetarse al real deseo, es ser menos libre, porque es sujetarse a una potencia inferior. En cambio, sujetarse al entendimiento, es liberarse precisamente del real deseo, de la real gana; de la real gana, cuyas raíces son frecuentemente bastardas. Y sujetarse al amor -el amor como ideología- es la suprema libertad, porque es que entonces, la persona, soltadas todas las amarras, no es el globo cautivo, no es la nave anclada, sino que es aeronave que gira impávida, venciendo a la misma gravedad del hombre empírico, que diría Schiller, hacia la consecución del hombre ideal.

Noche oscura no es tristeza. Renuncia no es ejercicio anti-natura, como quieren esos humanistas que se hayan en pleno despiste respecto a la concepción del hombre. Renuncia, noche y ascesis, son esperanza en la seguridad de la Aurora. Porque hay Aurora. Seremos personas en tanto en cuanto somos expectantes de un amanecer que en lo religioso se llama Gracia, y que en lo puramente humano toma el nombre de Sabiduría. No seremos jamás personas si nos empeñamos y nos azacanamos en heñir la masa, sin acertar con la sal; si amazacotamos la harina y no tenemos horno; si tenemos harina y horno, pero carecemos de molde para el pan.

Esta hora de disgregaciones, quiere panes sin molde, o masa sin sal u hornos sin harina. Así no hay panadería. Así no hay alimento. Así no hay sustento para la persona. Esta hora del mundo, con mil ideas que no acierta a conjugar, es inteligente sin dirección, tiene ideas y carece de ideales, da chispazos de amoríos, pero no acierta con ningún soplete a formar la llama y a dirigir la llama. La llama de la verdad que estamos llamados a identificar con la llama del Amor.

Este tiempo pierde estrellas y mira, con obsesión patológica, los fondos de los abismos. Cine de casos límite, de aberraciones. Se hace espectáculo del crimen, del aborto, del erotismo, de la injusticia. Al teatro agrio, se le llama teatro fuerte, como si la Fortaleza fuese un absceso purulento, en lugar de ser una cardinal virtud. A la corrección, se le ataca como cursilería, a las virtudes familiares, como virtudes burguesas.

Hay que reaccionar contra estos errores. Hay que luchar -lógica en ristre y verdad en ristre- por los fueros de la persona. Derechos de la persona. La persona tiene derecho a ser ella misma, en comunión consigo misma, abriéndose a todos -porque, recordémoslo, es un todo para todos- pero abroquelándose y cerrándose, obliterándose, contra toda contaminación. ¡Cuánta es la contaminación que hoy amenaza al hombre, como persona moral! Mucho más grande que la contaminación que amenaza al hombre como persona física.

Estaréis hartos... He querido daros material, ideas, citas, sugerencias, para que luego, si gustáis, solos, en el centro de vuestra alma, empecéis a forrar vuestro propio concepto sobre lo que es una persona. Y esto, con vistas a la educación personalizada. Yo he intentado daros el centro, para esa concepción de la persona. Ahora, quizás, os corresponde a vosotros trazar los radios.


En resumen

Persona: un todo para todos. Persona: algo que sobrepasa al individuo porque tiene centro distinto, porque no es una fragmentación sino un mundo. Persona: un yo en busca de su propio tú. Persona: un ente para conocerse e integrar su mundo personal, en el amplio mundo. Persona: una hondura, más abajo del "ello" de Freud, y más alta que el "superego". Persona: un hueco para la plenitud. Un vaciado para el modelado de la "imagen y semejanza de Dios", que tenemos que plasmar con nuestra propia arcilla. Persona: un hacer en auténtica libertad, un logro ejecutado existencialmente, jornada a jornada, de nuestra genuina esencia para Dios. Persona: un amor que piensa, trabaja, goza y sufre. Persona: una noche que prepara auroras.


Ved cuantas definiciones. No las agitéis en vuestra batidora particular. Ordenadlas, ved lo que en cada uno hay de verdad o de atisbo de verdad. Peinad estas sugerencias que yo os doy, un poco despeinadas. Ayudad al hombre, al niño, a deshacer su particular maraña, su "masa", hasta lograr de él una organización, es decir, una persona.


Técnicas para la educación personalizada


¿Técnicas para la educación personalizada? Diréis que este es el grano, que esto es ir al grano. Bueno; pero el grano, hay que sacarlo antes de la espiga. Y eso es lo que yo he hecho -o he intentado hacer- esta tarde.

Las técnicas de educación personalizada son facilísimas si partimos de estas tres normas. Atención al alumno, observación constante del alumno, amor al alumno. Y con vistas a estas tres normativas y a los resultados que vayamos obteniendo, un programa de orientación para que el niño se busque, se encuentre, se dirija, se logre, se haga lo que está llamado a ser, se convierta en persona, en hombre, con todas sus consecuencias.


Mirar al niño

Atención al niño. Hay que verlo, mirarlo. Pensar acerca de lo que en él vemos y miramos. Atenderlo,pues, para observarlo. Y después de atenderlo y observarlo, reflexionar sobre lo que la observación ha añadido a la mirada y lo que la mirada ha añadido a la simple visión. ¡Y todo esto es tan fácil! Si queremos complicarlo, es dificilísimo, pero si queremos ponernos a hacer -y a hacer ahora mismo-, nos basta con el cariño al alumno y con una libretita o una serie de libretas en que vayamos anotando nuestras observaciones acerca de cada alumno. Anotaciones respecto a lo intelectual, a lo afectivo, a lo social, a lo moral, a lo familiar; al trabajo, al rendimiento, a la capacidad, al progreso, a los regresos del educando.

Para nutrir estas observaciones, podemos apelar a todos los medios: al "test", a la prueba psicológica, al juego del niño, a las reacciones del niño -muchas veces tan insospechadas que no nos las enseña ningún test-. Lo importante es mirar y no olvidar nada de nuestra mirada al niño. Lo importante es acumular datos sobre la persona del educando.

Con todo estos datos, tenemos material para enfrentar al niño consigo mismo y decirle: Esto tienes. Esta es tu cuenta. Este es tu "haber" y tu déficit. Con esto cuentas. Vamos a probar para ver qué hacemos con tus datos, con tu material. Vamos a ver que casa hacemos con tus ladrillos. Vamos a ver cómo colocamos esta piedra y esta madera. Vamos a ver dónde abrimos tus ventanas, donde levantamos tu torre; vamos a que te erijas, a que te formes, a que hagas primero tu programa y tu plano de alzada, para después, logrados los sillares de tu piedra, edificar.

¿Edificar? Es una palabra, es una metáfora. A lo mejor, personalizar al niño requiere otra palabra más adecuada. A lo mejor pinta más decir que el niño va a hacer crecer su árbol que decir que el niño va a levantar su edificio. En efecto, una vida es un árbol. Tiene su raíz, su tronco, su follaje, su fruto.

Personalizar es ayudar al niño a que encuentre sus raíces, a que conozca su terreno, a que enderece su tronco, a que sepa de qué tipo son sus hojas -si hay en ellas perennidad o caducidad, que cada primavera se renueva-, a que tome conciencia de la calidad de su fruto: de si será fruto seco o jugoso. Todo sirve; tanto la castaña como el melocotón. Es tremendo que obliguemos a un niño cuyo árbol tiene vocación de melocotonero, a que se haga encina, castaño, roble o pino. Cada árbol, su madera. Cada persona su estilo. Cada fruto su modo.

Hay que respetar los modos del niño, del hombre. Aunque hay que distinguir entre modos y modas. A veces tomamos por modo a la moda y esto, en educación, es un tremendo error. ¡Cuidado! A veces, en educación, las modas anegan al modo, al estilo. A veces no vemos al educando -su carácter, su persona,su temperamento- porque lo recubre la hiedra o lo ahogan las lianas o los hongos parásitos. A veces la persona está oculta bajo un disfraz que el ambiente, o las conveniencias, o el miedo, o los prejuicios, le ponen encima. Y para esto, el Maestro que personaliza, necesita mucha vista y mucha penetración.

Vista. Así es que... suerte. Vista y al toro...Perdonad la comparación, pero no hay dos toros iguales. Y no hay dos niños iguales. En cierto modo, la educación personalizada tiene carácter de lidia. Así como el diestro, antes de torear se pone a observar el derrote, el cabeceo del morlaco, así el educador. Salen, la verdad, niños difíciles. ¿Por donde se les prepara, humillándoles la cabeza o alzándosela? Y, ¿habrá que castigarlos, o simplemente estimularlos? Primero el lance, luego el estímulo... Sí, sí; en la educación, hay también una especie de "suerte de varas". Un niño necesitará una vara, otro dos. A unos habrá que cambiarles antes que a otros el tercio...Perdón, repito. Por supuesto, no se trata de torear, ni de castigar, ni de... matar al niño. Pero sí de lidiar y de picar y de incluso estoquear muchas cosas que impiden que el niño se conozca y se haga persona, que es de lo que se trata.

Cuando es niño esté preparado, "cuadrado", por así decirlo, cuando de verdad nos propongamos no hacer la faena al niño, sino que el niño se la haga a sí mismo; es decir, cuando le demos la alternativa para que sea él, el alumno, quien inicie la fase decisiva de su personalización, desarrollando en él las dotes de creatividad, evolucionándole el psiquismo, haciendo aparecer en él la libertad responsable, constituyéndole en hombre que sabe pensar, que sabe elegir y que sabe regular su emotividad, entonces, la misión del educador no cesa, porque la educación no termina nunca; es, casi por definición, continua, ya que educar viene de educere, conducir, y siempre hemos de conducirnos a alguna parte. Mientras haya una conciencia, habrá una conducta. Y mientras hay una conducta, se precisa una conducción.


Orientar sobre un suelo inestable

Llega pues, el momento en que el educador, sabiendo todo lo que puede saber del educando, cuando el educando , sabiendo todo lo que de sí puede saber...llega el momento, entonces, digo, en que educador y educando, deciden la orientación personal, profesional, vital; la vocación y el cometido individual y social del educando. Orientar. Fase compleja. Ni el alumno se orienta solo. Ni el educador orienta sin tener en cuenta no solo las dotes y los datos, sino también la opinión del muchacho.

¡Vaya si es difícil orientar profesional y personalmente! Y qué cautelas, qué cuidado se necesitan. ¿Basta aplicar los test de personalidad? No, porque cada persona -empezamos diciéndolo- es un mundo distinto. Los test, las pruebas, los coeficientes, aproximan, pero no bastan. No se trata ahora de la educación individualizada (que, aquí, sí es más decisivo el resultado de los test, puesto que es cuestión más bien didáctica); se trata de personalizar. Y aquí urge, no un tipo de alfileres para la marca de una clase de insectos disecados. No, no; en la persona, no hay nada disecado, nada que se pueda señalar o marcar definitivamente. En la persona, todo es vida que asciende, desciende, se estanca, vuelve a ascender, torna a descender; la persona es un fluir dinámico que no podemos encasillar en coordenadas geométricas, porque es cambiante su meteorología afectiva, y variable el tono de una intimidad que cambia de color, de calor, de forma.

¿Con qué alfiler pretencioso, vamos a marcar a un hombre que se hace, rehaciendo, que deshace y vuelve a hacer lo que deshizo haciendo? No podemos aplicar a la persona nuestros esquemas previos, pedantescamente preparados en nuestro laboratorio de pedagogos informadísimos, o de psicólogos que pretendemos estar de vuelta antes de haber llegado, o de biólogos que queremos desconocer que la misma biología no es fondo sino manifestación de algo anterior a la biología y más incontrolable aún que ella; algo que se llama vida.

La vida es una curva, a veces una espiral; a veces, un ziz-zag, a veces una quiebra de trazos yuxtapuestos. Nunca es una recta. La vida, es una sinfonía y casi nunca una línea melódica. A la vida y a sus manifestaciones, contribuyen muchos factores externos e internos. El caso es que, sobre ese suelo inestable, sujeto a sismos emocionales, a auténticos terremotos; sobre ese suelo inestable,digo, hemos de levantar nuestra persona. Y edificarla o arbolarla con las mejores garantías. ¿Cómo? En una persona hay -decía Unamuno-, seis interlocutores; es decir, un verdadero parlamento. Cada uno es al par, el que es, el que quiere ser, el que creen que es, el que fue, el que quiso ser, el que quieren que sea... No somos personas de verdad, hasta que, a fuerza de campanillazos o como sea, ponemos orden en ese parlamento interior.


Pendientes del reloj de la personalidad

Pues bien; es previo para ese orden, que nos enteremos de nuestra hora. Porque cada momento nuestro, requiere una atención. Si es mediodía en nuestros afectos o en la plenitud de nuestras ideas, la personalización requiere una metodología distinta a la metodología del atardecer. ¿No veis que en cada persona anochece y amanece quizás más de una vez en veinticuatro horas? ¿No veis que hay pleamares y bajamares en la persona, que hacen emerger o que sumergen islas a veces ostensibles y a veces ignotas?

Atención a la hora de la personalidad. Atención al reloj. Y habrá que adelantar o atrasar el reloj siempre que sea preciso, pero cuidando de no detenerle. La persona es de tal índole, de tal talante, que hay que cuidar su marcha sin detener ni un instante su marcha, que hay que adaptarla sin interrumpirla, que hay que reparar sus averías sin desmontarla. Es lo difícil. No podemos provocar el colapso para la observación, ni anestesiarnos para operarnos la conducta. Cualquier cura, cualquier intervención de la persona, cualquier reforma, -debemos saberlo educadores y educandos- ha de hacerse andando y funcionando. No; nuestro engranaje no se arregla desmontado las piezas, sino reparando las piezas cuando están en actividad.

Cuidado al orientar y al aconsejar. La persona tiene un fondo insobornable, pero una cara distinta en cada momento. Cuidado; no confundamos la cara de un minuto, con la permanencia de la presencia intemporal de la persona. Seamos sutiles, penetremos más hondo de la hora actual; acertemos a encontrar el hontanar insobornable de la persona. No confundamos al hombre con su atmósfera, con el tiempo que hace.

Lo fugitivo o efímero de cada hora, cambia nuestro aspecto. Pero, misión del educador es, que no cambie nuestro prospecto. Aspecto y prospecto. Os propongo una meditación más. Tenemos un aspecto que varía; pero el educador, debe disponer de la agudeza de visión suficiente para adivinar el prospecto de la persona, el prospecto que subyace bajo su fugitiva actuación. Porque la persona, actúa no siempre de acuerdo con lo que es. Con frecuencia, valoramos y medimos a la persona por su actuación. Y no. No siempre se nos conoce por la actuación. ¿Se nos conoce, entonces, más bien por la intención? No; tampoco. Acción e intención, forman ecuaciones inestables.

Misión del educador, que quiere personalizar la educación, es despejar las incógnitas de esas ecuaciones. Y ¿puede el educador adivinar la evolución de la persona del niño, para así regular su influencia sobre el educando? Puede y debe saber lo que en la persona está como hecho y lo que está por hacer; lo que es línea maestra y lo que es viga accesoria; lo que es el alumno sustantivamente y lo que, por accidental, modifica cada día las apariencias o cambia el acento.

Porque -esta es otra- la morfología de lo personal, puede ser idéntica en bastantes señalamientos; pero cada uno, dispone de distintos acentos. Y hay días en que con las mismas letras -siempre tenemos las mismas letras, es decir, siempre, en lo esencial, somos la misma persona-, hay días, en que con las mismas letras que teníamos el día anterior, nos ponemos esdrújulos. Cuando éramos llanos, o graves o sobreesdrújulos el día anterior. Días, en que uno se acuesta llano y se levanta esdrújulo, antipático.

Personalizar, es conocer o conocernos, más allá del acento de cada día, del estado de ánimo de cada día, de la alegría o del dolor de cada día, de la lucidez o de la idiotez de cada día. ¿No os sucede que en un espacio de doce horas, os sentís, sucesivamente avispados, astutos, torpes, desalentados, eficaces, inútiles, inteligentes e idiotas? Personalizar es dominar el enjambre ocasional que nos recubre y nos tapa, buscando lo que nos define, bajo lo que nos desdibuja; hallando lo que somos, bajo lo que creemos ser, bajo lo que tememos ser, bajo lo que deseamos ser, bajo lo que quieren que seamos, etc. Personalizar es, pues, en definitiva, labor de zahorí, trabajo de zahorí, que ausculta aguas profundas y fuentes ignotas con la estesia que da un constante e indeclinable afán de conocer.

Educación personalizada, pero no mediatizada. Que el orientador no imponga sus esquemas, que no prepare los centros; que se atenga a lo que es y no sólo a lo que quiere que sea. Que se atenga a lo que hay y no únicamente a lo que se manifiesta. Etc.etc. Hay para no parar. Hay para no parar, pero ya va siendo hora.

A propósito de la hora. Decía que, en la personalización de la educación, hay que poner en hora la tarea. Y que al ayudar al educando a hacer su persona, importa siempre no adelantar ni atrasar los acontecimientos. Sucede que, además, nunca hemos de forzar nada. La persona es compleja y su maduración no se ajusta a cronómetro, porque su "tempo" o ritmo, es en cada caso, distinto. Por lo que, un mismo reloj no puede servir para medir el avance personal, ni un mismo programa es válido en la reparación de la tarea.
La persona madura sin que pueda prever el momento exacto en que alcanza su sazón. ¿Provocamos su sazón o su cosecha. Es peligroso. ¿Programamos qué es lo que hay que conseguir cada día en la persona y de la persona? ¿Cómo? ¿Cómo,si cada persona es un mundo con órbita propia, con rotación propia, con traslación propia? ¿Cómo, si cada persona tiene su sol o su estrella alrededor de la cual se orienta y gira?

No adelantar ni atrasar los acontecimientos en la educación personalizada. Ser realista. Mirar lo que debe ser, saber lo que puede conseguirse, pero no divagar entre utopías. Orientar a la persona, guiarla, pero no despeñarla por exceso de celo. Estudiar qué es, qué quiere ser, qué puede ser. Establecer las relaciones entre lo que es, lo que debe y lo que puede. Buscar equilibrios en las fuerzas interiores. Suavizar engranajes íntimos. Presentar la meta, pero informar de su mayor o menor lejanía. Establecer el sentido de la perspectiva.

Un programa genérico conjugado con un programa personal para cada uno. Porque no se puede aislar a la persona, al proyectar su educación, ya que si bien la persona es un mundo -un todo- está hecha (como tantas veces hemos repetido) para todos. Y su mundo ha de insertarse, quiérase o no, en el Mundo de los demás. Porque una de las vertientes de la persona, aboca necesariamente a la sociedad.

El hombre es personal y... social. Hay, por tanto, normas, ideas, reglas, que hay que inculcar en todo caso y a todos. Hay principios estelares, diríamos; hay axiomas en lo racional, hay mandamientos morales, que no pueden relativizarse. En rigor, no puede haber ni un saber de situación ni una moral de situación. Anota bien; la persona tiene su estilo, su índole, su talante. Y parece bueno ensamblar tal estilo , tal carácter, en el todo.

Hay modos personales como hay modos del verbo. El verbo es el mismo; el radical de una idea, de una norma, de una moral, de un programa de actuación, es idéntica para todos. Pero la persona pone su desinencia, su específica significación. En la educación personalizada, el polo de lo genérico y el polo de lo particular
-por alejados que estén- han de establecer sus meridianos de manera sucinta y nítida. Ni tan personalistas que hagamos de la autonomía una anarquía, ni tan ordenancistas que hagamos de la ley, de la norma, una inflexibilidad. ¿No veis cómo en la esfera se curvan los meridianos, constituyendo sus diferencias con el eje impávido y recto? Pero se curvan los meridianos no en una declaración de rebeldía, sino en una dócil afirmación de su doble aspecto, que les hace alejarse del eje y, sin embargo, acercarse, converger, en sus extremos.

En realidad, cada persona diseña su meridiano, su peculiaridad en la dinámica esfera de la convivencia y del destino humano; pero en cada persona, el saberse independiente, con hora propia y con posición inconfundible, no le impide la obligación de una concurrencia. Y la diversidad de criterios es, al fin, una concurrencia de criterios. Y la pluralidad de intereses se orienta a un ajuste de intereses. Y la variedad de caracteres apunta a una síntesis. Y lo ocasional se orienta a una coincidencia final. Ser diferente es la manera que cada persona adopta, no para fugarse en una velocidad loca de aerolito errante, sino para encajarse en el concierto de un universo que tiene orden, ley, medida y sentido.

Lo personal, conjugado con lo social, forman la urdimbre y la trama de la existencia. La educación personalizada exige unas líneas maestras fijas y... muchas variantes. Por eso, la programación es clara y difícil. Eugenio d`Ors, distinguía entre lo claro y lo difícil. Decía que la biología es fácil y oscura, mientras que las matemáticas son claras y difíciles.Así -pienso yo-, la actuación educativa, en lo que a personalización se refiere, es clarísima en cuanto se plantea con la nitidez cartesiana de ideaciones y necesidades y postulados inexorables. Pero difícil en cuanto que su resolución requiere un discurrir que no sigue la dirección facilona de un cauce tópico, sino la casuística varia que en cada caso y momento impone la realidad.

Programas dinámicos y no estáticos para la educación personalizada. Un programa que se va haciendo, como se va haciendo el torrente o el cauce de un río, a medida que avanza el agua. Porque, si bien nos fijamos, primero el agua marca el torrente y después el torrente señala la dirección del agua. La persona está hecha cuando después de haberse señalado su camino, es dócil a su camino. Pero no se hizo el agua para el cauce, sino el cauce para el agua. Y no se hizo la persona para el programa, sino el programa para la persona. Y es la persona la que da vida al programa en la educación.

Proyectamos una actuación educativa. Bien. Luego, al aplicarla, vemos sus defectos, vemos dónde encaja y dónde no. A la vista de los desajustes, rectificamos en unos aspectos, ratificamos otros. Así, poco a poco, el programa encaja en la vida y la vida en el programa. Así, lentamente, la persona se impregna de los proyectos y los proyectos se pulen al contacto con la realidad.

Elaborar la personalización es tarea clarísima, pero nada fácil... Ardua empresa, con constancia, firmeza y conciencia de que lo definitivo no llega sino después de mil tanteos. Tanteos, sí; tanteos, tanteos y mil tanteos. Ensayos, ensayos y mil ensayos, en esa especie de factura y manufactura que la formación de la persona es. Modelamos un barro. Y la calidad del barro es diferente en cada caso. Y el propósito del modelado cambia. Y surgen roturas, equivocaciones, rectificaciones, borrones y vueltas a empezar. Todo con cuidado y con paciencia. Y nada definitivo.


El fuelle y las teclas

Esta es la humildad del educador y la humildad de la persona. Saber que nada, ni en el método, ni en el logro, ni en el expediente, ni en la plasmación, es definitivo. Dinamismo, pues, del programa, porque nunca se sabe cuando la persona es persona del todo y de verdad. De ahí la necesidad de la educación continua. En un mundo que no para de girar, entre una sociedad que constantemente evoluciona, la persona está llamada siempre a ceñir y a ajustar su cometido, a añadir y a quitar, a asumir y a aportar, a otorgar y a recibir... Y el educador en su programación, como en la formulación de cualquier presupuesto, ha de dar cabida siempre a un capítulo de imprevistos.

¡Cuántas veces, lo imprevisto se lleva en nuestra vida, en nuestra existencia, la partida más importante de nuestro numerario! Cuántas veces comprobamos que, siempre, detrás de lo que el hombre propone, está lo que Dios dispone... ¡Ah, sí! En lo vital, en lo racional, en lo moral, somos plena disponibilidad.

Nuestros programas no pueden ser cerrados, de ninguna manera : deben tener siempre abiertas puertas y ventanas. La persona huele mal si nada más respira su propio ambiente. Y si ha de renovarse la persona -renovarse para afianzarse-, hay que hacer del programa personal no una línea recta, sino una curva de viento. Viento que nos sopla desde cada punto cardinal, pero que la persona y el educador han de saber dirigir a su respectiva embocadura. Para que así el aire se haga música, como sucede en el órgano. Pero, por supuesto, sabiendo siempre que, en el fondo, en educación, somos nada más los que soplamos el fuelle. El manejo de las teclas corresponde al misterio. Es Dios quien opera en todos los fondos.

¿Sabéis el cuentecillo del sacristán de Getafe? Estaba muy satisfecho de su cometido. El soplaba cada día el fuelle del órgano de la iglesia. El organista pulsaba las teclas, y se obtenía un "tantum ergo" maravilloso... Un día el sacristán de Getafe va a Madrid. Entra en San Francisco el Grande. Ve el monumental órgano. Siente el deseo de que el órgano suene. Dice: A ver, a ver quién sube a menear las teclas para que yo toque el "tantun Ergo".

Creemos que hacemos mucho, creemos que hacemos algo, en educación, cuando, en la mayoría de los casos, nos limitamos a soplar el fuelle. Pero nos enfatuamos, creyéndonos definitivos e imprescindibles, cuando, en realidad, el Organista es Otro.