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EN MEMORIA DE JUAN PASQUAU

en Diario ABC. 20 de junio de 1978

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Don Juan Pasquau, ubetense culto y buen prosista, acaba de morir. Era cola­borador de ABC desde 1958. Mortalmente enfermo, nos rogó la inserción de su último artículo, que pudo leer poco antes de morir («Las certidumbres», ABC, 17-5-78).

Publicamos a continuación una remembranza del escritor y del hombre.


Juan Pasquau se nos fue a la casa del Señor. Realmente, si de alguna persona se puede afirmar esto, de ninguna con mayor razón que al referir­nos a Juan. Esta mi rotundidad es uná­nime en todos los que le conocíamos, queríamos y nos enorgullecíamos de contarnos entre sus amigos.

Juan Pasquau ha sido uno de esos hombres singulares que pasaron por la vida derrochando bondad, sencillez y, sobre todo, fe.

En la vida de Juan había dos motiva­ciones que lo definían: su ansia de tras­cendencia y su amor a Úbeda.

El problema de trascendencia lo plan­teaba permanentemente a los lectores de sus artículos. Hombre de fe vivida, de fe catalizada, sabía transmitirla a sus semejantes con la seguridad propia de quien vive con autenticidad, intensidad y certeza aquello que se profesa.

Enamorado de Úbeda, de sus piedras monumentales y de sus ruinas glorio­sas, disfrutaba cuando comentábamos el descubrimiento de un rincón o cualquier detalle que hasta entonces nos había pasado inadvertido. Escuchaba con tal atención e interés que, si no hubiera conocido su monumental Biografía de Úbeda, más de una vez podría haberse pavoneado por mi perspicacia o espíri­tu observador, cuando en realidad aque­lla atención y aquel interés se debían a deferencia de mi interlocutor, quien así demostraba una sencillez conmove­dora.

La Semana Santa de Úbeda pierde con Juan Pasquau al más fervoroso de sus cofrades. Este año, ya minado por la enfermedad, aún salió en la procesión de Jesús.

Juan vivió con plenitud el valor de la sacralidad del sacerdote; para él, todo sacerdote era ese «otro Cristo en la Tierra». Seguro estoy cuánto le costaría —dada su profunda formación intelec­tual— el aceptar la corriente actual de considerar al sacerdote inserto en el mundo. Pero al aceptarlo demostraba con ello su servicio y aceptación del Magisterio.

Un detalle me confirma en mi afirma­ción. La última vez que hablé con él (verano de 1977) le encontré muy pre­ocupado, pues por aquellos días se ha­bía producido en Úbeda un suceso que fue muy aireado por todos los medios de comunicación social: la demolición de parte de una ermita abandonada, con el fin de aprovechar sus piedras en la ampliación de una nueva parroquia. Di­cho episodio fue utilizado con maliciosa intención, pues lo único que pretendían era desprestigiar al «sacerdote». Juan me decía: «¡Qué pena! ¡Con cuánta saña se ataca a los "sacerdotes"!» Juan, que le dolía que se tocase cualquier pie­dra de su Úbeda, defendió al calumnia­do y restó importancia al hecho.

Juan, perdona que estas líneas, tan simplísimas, pero salidas del corazón, pongan punto final a tus artículos tan pensados y profundos, esos artículos a que nos tenías acostumbrados a los lec­tores de ABC. He querido que, al igual que tú hacías, se publique junto a un recuerdo de Úbeda, que al mismo tiem­po sea símbolo definitorio de tu tránsi­to. Entre las postales que conservo he escogido una de la verja de la capilla del deán Ortega, de la parroquia de San Nicolás, pues en ella veo —mejor que en mis pobres líneas— representada tu entrada en el Reino de la Paz.

Por último, te confesaré una cosa, Juan. La mayoría de las veces tenía que releer tus artículos para calar su hondo mensaje. Ese mensaje que es como tie­rra de promisión, a la que tú ya has lle­gado, y en la que confiamos nos esperes a cuantos de verdad te quisimos.

Juan Manuel PAGADOR RODRÍGUEZ