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UNA « CIUDAD DE SEMANA SANTA»

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 21 de marzo de 1959

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Hay, seguramente, una geografía de la Semana Santa de España. Aun­que, a lo mejor, más de un puri­tano se escandalice... ¿Por qué Semana Santa "andaluza"? Y, ¿qué es eso de Semana Santa "castellana"? ¿No debe ser lo mismo en todas partes? Es el error del puritanismo: creer que la verdad, por ser única, ha de permanecer refractaria a los matices. Pero el puritanismo es herejía; no cae en la cuenta de que precisamente la verdad, «por ser tal, está en condiciones de tornasolarse hasta el infinito. De todas formas, ¿qué importan los puritanos? Hay —decimos— una geografía de la Semana Santa de España. Geografía varia, rica, intensa. Realmente, sucede que cada ciu­dad o .pueblo ha vertido un poco de su alma, de su carácter, en las celebraciones respectivas de la Semana Mayor. Así, el "tema," radical, invariable, de los Miste­rios que las procesiones encarnan se pro­longa siempre de desinencias locales en­trañable. "Como la Semana Santa de mi pueblo, nada", se dice, aproximadamente, en todas partes. Como que ahondar en lo particular es, quizá, la mejor manera de encontrar lo general. Lo "universal" se sedimenta bajo la orografía cambiante de los hechos que aparecen; es un subsuelo, no es un cielo. Excavar férvidamente en lo propio, en lo particularísimo... Así es fácil dar con la veta auténtica del verda­dero ecumenismo.

Semana Santa española. ¿Desplegamos el "mapa"? Saltan a la vista, Sevilla, Valladolid, Zamora, Má­laga, Cartagena, Gra­nada, Lorca... ¡Pa­ra qué seguir! He aquí, sin embargo, una ciudad que los cartógrafos de la Se­mana Santa no han señalado de manera suficiente. Se trata de Úbeda. ¿Úbeda? Vie­ne en los "mapas" con letra pequeñita. Cuando viene.

Don Melchor Fer­nández Almagro, en un bello artículo apa­recido hace algunos años en estas mismas páginas, ha llamado a Úbeda "ciudad de Semana Santa". Y es que la fisonomía urbana de esta ciudad, su ambiente, su idio­sincrasia, su modo parecen configurados "ad hoc" para la ma­nifestación religiosa. Se dirá lo que se quiera, pero hay tra­zados urbanos a los que no "pega" la pro­cesión. Un día, em­pero, llegáis a Úbeda, transitáis por sus ca­lles personalísimas —no hay dos calles en Úbeda que se pa­rezcan—, os detenéis delante de sus pala­cios renacentistas, penetráis en sus templos platerescos, ba­rrocos o góticos, os aventuráis por el labe­rinto de sus barrios, serenáis vuestra anda­dura y vuestra mirada en la plaza de Váz­quez de Molina —sinfonía de piedras, ví­tores, iglesias, violetas, campanas— y ya, en seguida, encontráis naturalísimo —casi necesario— que por el recodo de la prime­ra esquina aparezca una procesión. Intuís en seguida que el día grande de Úbeda "tie­ne que ser" el Viernes Santo. ¿Por qué? No se sabe. Casi no puede explicarse... La vocación de los pueblos es una cosa extraña. Sorprende, desde luego, en este caso, la vocación cofradiera de la ciudad. Artesanos, obreros, profesionales y capi­talistas, unidos en torno a la "Hermandad" respectiva, forman en Úbeda vínculos in­destructibles. Es curioso. Úbeda, por la apatía, por el escepticismo o por el ascetismo —¡quién sabe!— de sus gentes, parece capaz de renunciar a cualquier cosa, a cualquier beneficio comunal. A todo me­nos a su Semana Santa. Diríase que es su mejor propiedad, su mejor heredad.

La Semana Santa ubetense tiene, so­bre todo, una organización maravillosa. Habría que alabar de ella su excelente arquitectura, reflejo, quizá, del empaque de los monumentos que le sirven de fon­do. Es una arquitectura de armonías, or­questal, jerarquizada. Adrede escribo lo de arquitectura al decir de la Semana San­ta de Úbeda. Porque hay como una sime­tría, una euritmia en la correspondencia acordada de sus partes. Si la alusión no resultase inoportuna o pedantesca, ca­bría hablar de un "orden gigante", a lo Palladio, en la estructuración de la mis­ma. "Edifica", levanta cada Cofradía su esplendor y su devoción particulares en las procesiones de Domingo de Ramos, Miércoles, Jueves y Viernes Santos; imá­genes valiosísimas —de Mariano Benlliure, de Vassallo, de Palma Burgos, de Cou­llaut Valera, de Jacinto Higueras, de Ruiz Olmos, de Prados López—; tronos de sor­prendente riqueza artística; penitentes nu­merosísimos con un profundo fervor ocul­to bajo el brillante boato de las ¡túnicas y de los rasos; expectación de un pueblo solidarizado, unánime, que llena las ca­lles y plazas, abarrota las aceras, puebla los balcones y asoma la devoción por to­das las esquinas. Cada cofradía —repetimos— "edifica" su esplendor y su devoción "particular" en la procesión respectiva. Y, sin embargo, tales esplendores y fervo­res, conscientes de su función arquitectóni­ca, supeditan sus va­lores particulares al valor del conjunto. En la noche del Vier­nes Santo es dado contemplar el prodigio concluso de la procesión general. Es la cúpula que corona, que abarca, que asu­me toda la "edifica­ción" en una brillan­tez inusitada, única. Once Cofradías, quince pasos, más de dos mil penitentes. No es posible describir el espectáculo de esta procesión gene­ral. Es algo perfecto, sincopado de emocio­nes y gravitado de patetismos. Pero cada perfección en su si­tio; cada acento en el suyo. Un poema para la vista que se hace luego música en la caja del corazón.

Pocas Semanas Santas como la de Úbeda, con un sentido tan vivo de lo orgáni­co. La Semana Santa de Úbeda está organi­zada hace siglos. Lue­go, en las Cofradías, trabajan todos: vivos y muertos. Cada ge­neración ha aportado de su espíritu. ¿No hablaba Chesterton de un ideal sufragio universal —el único verdadero, el único de­seable— en el que también los hombres del otro mundo tuviesen votos? Las procesio­nes de Úbeda son un ejemplo estimulante de comunión histórica; pasado y presente se funden en ellas íntimamente en torno a la conmemoración de la Redención de Cristo.