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SILLÓN DE RUEDAS (Carta a un escritor paralítico)

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 25 de febrero de 1961

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"Sillón de ruedas" es el título de un libro, escrito por Manuel Lozano Garrido y recientemente editado en Barcelona. Manuel Lozano, todavía muy joven, vive en Linares, paralítico desde hace bastantes años. Ha escrito esta obra —cuenta su prologuista— con la pluma cogida por una, goma un solo dedo de la mano izquierda. El autor ha convertido su desventura en pura "aventura"…, cuyo insospechado horizonte religioso se refleja en veintiocho capítulos cargadísimos de ideas, de una densidad conceptual tan apretada, que oscurece, a ratos, los caminos de su prosa, en extremo fértil y sugerente.

Estoy leyendo tu libro, Manuel Lo­zano. No sé cuándo terminaré de leerlo. A lo mejor, nunca. Nunca, porque "Sillón de ruedas" no es una nove­la. Una novela que "pasa sola", deslizan­te, para la pronta digestión y para el ol­vido... Tu libro, más bien, es para degus­tado lentamente, para masticado sin pri­sas. Tú, Manuel Lozano, ¿has acabado ya de leer el Evangelio? Pues eso, un poco, nos pasa con "Sillón de ruedas". No es que su lectura ocupe una tarde o una no­che completas. Si yo te dijera que su de­glución puede formar parte integrante de las tareas de toda una vida, me llamarías, exagerado. Y no es, exactamente, eso. Es que tu obra, para muchos de nosotros, tiene seguramente un carácter fundamen­tal, formativo. No es para el estante de la biblioteca. Es para la mesa de trabajo, ¿entiendes?

¡Qué fácil, Manuel Lozano, te hubiera sido escribir un volumen anecdótico, más o menos interesante, acerca de tu "expe­riencia"! Tendría esa nota de "amenidad" —(¡caramba con la amenidad!— que hoy reclama, como el pan de cada día, el lec­tor medio. Pero tú no has hecho de tu dolor materia de reportaje. Ni has dado "declaraciones" expresas sobre tu particu­lar situación. Ni has contado demasiadas "cosas". Ni te has salido por los "cerros de Úbeda".., para que te lean... en Úbeda. Creo que está claro. No le regalas a la gente, como se dice con frase horrible, "por mitad del gusto". No haces conce­siones al paladar estragado —simplista o no— de la mayoría.

Lo que tú has escrito es, nada más y nada menos, un libro de espiritualidad. Y la espiritualidad, amigo mío, es una cosa difícil. Algo que exige conceptos, ideas... y voluntad. Algo que demanda horas y horas de trabajo. Tú tienes "hecha" tu espiri­tualidad, no a base de impresiones fuga­ces o de virtudes de« prontuario; tú la has forjado dolorosamente, con "aprendi­zaje y heroísmo". Y por eso tu obra, re­flejo de tu estado de ánimo, no podía ele­gir la línea de menor resistencia. ¿Verdad que conoces muchos libros, con pretensio­nes formativas, plasmados a base de pala­bras-sorpresa, de máximas ingeniosas, de hallazgos metafóricos? Eso deslumhra, pero luego... Perdóname el símil taurino —impropio quizás en este caso—, pero yo creo que los escritores de esa laya (esos del reportaje amenísimo, o los otros —Oscar Wilde a la vista— del "dribling" pa­radójico, del regate léxico, de la alusión
efectista) no hacen sino torear brillan­temente, de capa, a los temas. Pero algu­nos temas exigen faena, piden aguante, reclaman... la muleta. Me parece que tú, Manuel Lozano, ante todo, eres un exce­lente muletero literario: es decir, un pensador de nervio, un meditativo que, sere­namente, "obligas". Y renuncias al adorno, a la pinturería. Y a los pases mirando al tendido. De otra parte, y puestos a seña­lar posibles analogías, ¿quieres que te diga una cosa? Más me recuerda tu prosa, espesa de pensamiento, la de un Bernanos que la de un Gustave Thibón, por ejemplo. Yo admiro a Thibón, de una pureza con­ceptual extraordinaria, pero lo entiendo demasiado bien, y esto no termina de gus­tarme. Creo que la materia compleja que un tema religioso supone es, en todo caso, algo difícil y pedregoso. Por lo demás, no se narra una intimidad como se cuenta un partido de fútbol. No se refiere una vivencia ascética con la prontitud y la soltura con que se describe un suceso ca­llejero o una verbena. El proceso de perfección espiritual es vivo, pero rara vez vivaz. Tu estilo recuerda el de Bernanos; a veces, quizá, el de Graham Greene. Ni un asomo de reminiscencias chestertonianas —por grande que sea tu devoción ha­cia el polemista inglés— en tu manera. Chesterton encanta por su malabarismo y por su "chispa", por su sano humor ru­bicundo, más que por su hondura. Ches­terton es un escritor alegre, y la verdad es que, por mucho que nos empeñemos en contrario, la espiritualidad es dolorosa. Glo­riosamente dolorosa, pero sustancialmente dolorosa. No hay que confundir, creo, dolor con pesimismo. El cristiano es esencialmente optimista, pero hay una angustia en su hondón ¡metafísico o no hay cristiano. Luego, en ese bloque de angustia, el cris­tiano esculpe la imagen vigorosa de la Esperanza quitando, como Miguel Ángel al mármol, "todo lo que sobra". Pero no hay una versión más genuina del Cristo que la de Cristo Crucificado. Un cristiano, si ha de merecer enteramente su nombre, ha de serlo en carne viva, con su cruz y su calvarlo. Y lo demás es componenda.

De seguro que tu es­piritualidad, Manuel Lozano, cincelada en la materia prima del sufrimiento, exigía un libro como "Sillón de ruedas", rezumante de optimismos, sí, pe­ro enraizado en la verdad insalvable del dolor. Dolor que, pe­netrado de Fe, ha transfigurado tu exis­tencia. Ahora ocurre que nosotros, neófitos, no sabemos entender­lo del todo, porque carecemos de tu tre­menda experiencia. El dolor es una ciencia. Y tú lo dices de un
modo impresionante que pone escalofríos en nuestra blandura, en nuestro dengue, en nuestro raquitismo... Tú lo dices: "La in­utilidad exige un aprendizaje que pone a contribución todas las potencias natura­les. Se llega a para­lítico como se logra un título de ajusta­dor, tallista o inge­niero."

De momento, Manuel Lozano, uno ya sabe, después de leer algunos capítulos de tu libro, que el dolor no es una limitación, sino un medio portentoso de ampliar nues­tra capacidad íntima. El dolor es la "cá­mara oscura" para el daguerrotipo de la Gracia. El dolor es Una fuente de cono­cimiento. Y uno que creía que el dolor estaba ahí para espantarlo como se espanta a una mosca...

Ya conozco, Manuel Lozano, que, a pe­sar de vivir en un "valle de lágrimas" sé poquísimo de la ciencia del dolor, sé po­quísimo del dolor mismo... Seguiré leyen­do tu libro. Creo que no terminaré nun­ca de leerlo. Creo, que no lo voy a relegar jamás, al estante. Tú —(amigo— eres un ti­tulado del dolor. Y nosotros, aprendices...