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BIEN VALE UN DOMUND

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 12 de octubre de 1961

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Mundo, mundo, mundo… ¡Se nos ha quedado pequeño! Pero se nos agrandó la Humanidad tanto... Por eso el pesimismo ha hablado ya en sus tristes banderas negras; ha izado sus razones tristes: En un siglo, en menos, se dobló la población de la Tierra. No cabe­mos, pues.

Pero el Cristianismo no arría, no puede hacerlo, sus blancas banderas luminosas. Es sublime que crezca, en ritmo acelerado, el número de las almas. Dios puso más perfección en un alma que en una estrella. Vale más el balbuceo de un niño que el resplandor de Sirio, Cada hombre que nace asume en su espíritu toda la crea­ción. En cada espíritu espejea Dios, riela el Señor...

Se agiganta la Humanidad en este pla­neta enano. Problema económico, proble­ma racial, problema político. ¡Cuánta cuestión! Y, sin embargo, una patética belleza, una grandeza, redime el hecho, lo glorifica. Hay hombres de Estado que pien­san que sobramos hombres en la Tierra; pero ahí está —vigente— el Cristianismo que enseña algo colosal, algo tremendo: cada hombre vale la Sangre del Hijo de Dios. No puede, por tanto, sobrar ningún hombre real: ni siquiera, sobra ningún hombre... posible. El preció de un hombre —blanco, negro o amarillo— fue fijado para siempre en la "transacción" del Gólgota. Precio único, sin alzas ni bajas, a perpetuidad. Precio intocable, ajeno a la oferta y a la demanda. Una "moneda" con la efigie de la Trinidad, el Bautismo, adquiere para las almas el derecho al "Mercado Común de la Gracia": a la Co­munión de los Santos. La superproducción humana, por ende, no implica depredación alguna. Todos los valores, son cotizables... Esto es, poco más o menos, lo que quie­re decir, cada año, el DOMUND: tal es su mensaje. El DOMUND es un grito de alentadora esperanza.

Recordemos ¿No es Abrumador el nú­mero de los hombres que se ignoran, que desconocen su precio? Hambrientos, combaten: sedientos, sufren y trabajan. ¿Qué buscan? —porque buscan algo—, ¿qué per­siguen? La Humanidad, en su mayoría, desconoce la verdad del hombre, su esen­cia, su fundamento, su finalidad. La Hu­manidad está desarraigada, prolifera en el yermo, lejos de la heredad. Dios tiene en Iglesia, su Viña; pero Cristo quiere rotu­rar, para el cultivo al mundo entero. Que toda la Tierra sea Viña sazonada, que la Fe —abono prodigioso— fecunde al pedre­gal. Que se propague la Luz, que se abran cauces nuevos a la Gracia, que se cana­lice la Verdad. Dios pretende que la San­gre de Cristo alcance los más inaccesibles reductos. ¡Inmensos continentes de la Im­piedad, desiertos paganos, estepas pagani­zantes, abruptas montuosidades de la he­rejía, desolados páramos idólatras! Toda una geografía humana irredenta aguarda la liberación. Millones de almas ignoran­tes de su origen y de su destino recla­man la acción, la conquista. Millones de hombres ansían oir la palabra salvadora, la voz que les diga que el hombre —un hombre— no «es mercancía averiada, podri­da en los andenes de la desesperada es­peranza, sino viva imagen de Dios.

Y el DOMUND es el grito de comba­te, es el banderín de enganche. En él se enredan oraciones, él recluta voluntades, recauda auxilios, funde amores. Las Mi­siones católicas anhelan la realización efectiva del único rebaño para el único Pastor. El DOMUND cada año lanza su amoroso reto a una Humanidad que cre­ce vertiginosa al borde de los abismos. Por­que hay "borde del abismo", no es una frase...

Hay, sí, abismo con Humanidad en pe­ligro, ya que frecuentemente el hombre ignora qué es el hombre. ¿Cuántos hom­bres mueren sin haberse visto?... Ese niño de la fotografía, que reza un Padrenues­tro junto al perro, seguramente no. Ese niño hace algún tiempo no pertenecía al "Mercado Común de la Gracia". Fue des­gravado por una Misión católica, y ya no paga su arancel a la superstición o a la idolatría. Es libre en el Señor. El lo sabe. Entiende a su alma —ya la entiende más que a su perro— comprende su vida. Se enteró del "por qué" y del "para qué", de mil cosas difíciles y misteriosas. Ahora reza y empieza a encontrar razones para todo. Y cuando enfrente su alma con las grandes y terribles cuestiones —el dolor, el amor y la muerte—, él sabrá contestar.

Más, muchas más oraciones como ésta, ¿no es lo que necesita el mundo? Pero el mundo no sabe que las necesita. Lo sabe el DOMUND. Porque existen las Misiones católicas, existe la garantía de que el Pa­drenuestro se inaugura cada día en los labios de innumerables hombres lejanos. Porque hay Misiones cada mañana, en los más inhóspitos parajes de la Humanidad desarraigada, hay niños que aprenden a juntar sus manos y a ofrendar el regalo de su mirada limpia, a los pies de Cristo.

Oraciones así bien valen una misa..., una plegaria, una limosna: un DOMUND.